Agustín

Agustín, quería escribirte una carta pero no sabía por dónde comenzar, así que voy a hacerlo de manera tradicional y volver al principio.

Esa noche que nos conocimos yo caí rendido a tus pies, como si fueras alguna clase de imán que me atraía desde hacía tiempo. Me acuerdo lo que hablamos, de la música que pusimos mientras tuvimos sexo. Fue nuestra primera de tantas noches, y decidimos sellarla haciéndolo 3 veces. En algún  momento de esa  noche, me contaste que fuiste a ver a Lorde en el Personal Fest de Buenos Aires y eso movió un poco los hilos en mi cabeza. Pensé en  lo que dice Freud de que las coincidencias no existen, que cuando nos topamos con alguien nunca es casualidad. Me gusta creer que nosotros nos  vimos antes y que, de alguna manera, eso quedó guardado en mi subconsciente. Esa noche nublada, en algún momento de ese concierto, te vi y decidí guardarte en algún recoveco de mi interior para que, años después, te volviera a encontrar en la otra punta del mundo, en Australia.

Desde esa noche, supe que estábamos condenados, que vendimos el alma al diablo y firmamos un contrato imposible de cumplir. Es increíble cómo mi cabeza a veces me advierte cosas antes de que sucedan, la psicóloga lo llama ansiedad, a mi me gusta agregarle un poco más de colores y llamarlo intuición. Recuerdo que me dijiste de ir a ver a Carly Rae Jepsen  juntos pero yo tenía mucho miedo de decir que sí, intuía que ya no íbamos a estar juntos para entonces, y que los dos íbamos a terminar con una entrada en la mano como souvenir de algo que se marchitó.

Se me vienen a la mente muchos recuerdos, supongo que es algo normal alimentarse de ellos cuando la fuente que los creaba ya no existe, se averió. La máquina generadora de recuerdos era una edición limitada que ya no se puede volver a conseguir. Trataré de mencionar algunos de mis preferidos: el día que me regalaste chocolates, cuando me estaba sacando una foto en el museo y viniste corriendo a darme un beso, cuando nos bañamos juntos y me parecía muy tierna la forma en la que me mirabas mientras te secaba el cabello, la noche en el tranvía en la que me abrazaste tan fuerte que juntaste todos mis pedazos rotos, el gesto que hacías con la mano al despedirnos, el sexo, la noche de pasión que me abofeteaste y luego me pediste perdón, cuando consumimos juntos por primera vez y casi te me desmayaste encima estando adentro mío. Los últimos “te quiero”…

Ya pasaron dos meses desde que decidí terminar todo lo que teníamos y te juro que, aunque sé que es la decisión correcta, la angustia se hospeda en mi pecho todas las noches. Las palabras que pronunciaste quedaron grabadas con fuego en mi memoria: “Yo nunca me he visto en una relación con vos”. Te pedí por favor que no siguieras. Sabía que esas  palabras me iban a atormentar durante mucho tiempo. Todavía hoy siguen  generando eco. Eso que dijiste me lleva a pensar en las otras caras de la moneda: el mexicano al que conociste en la playa y terminaste yendo a su casa porque justo ese día yo estaba ocupado con estudios, la noche en la que insinuaste que yo te había obligado a consumir drogas que no querías, cuando te justificaste por ser de acuario, cuando me dijiste que yo no era tu prioridad, que era especial pero que no querías compromisos conmigo. La inseguridad fue creciendo dentro de mí,  haciéndome sentir insuficiente, creyendo que quizás tenía que acostumbrarme a esa clase de vínculos: aceptar y mantenerme callado. Agustin, esa noche que fui a despedirme de vos, a intentar recuperar mi alma de las manos del destino, recuerdo que la pantalla de la estación marcaba un minuto, un minuto para que viniese mi tren, un minuto para arrepentirme de la decisión que había tomado y decirte de  volver a intentarlo, un minuto en el que decidí dar vueltas las cosas y decirte, en cambio: “Te queda un minuto”. Vos  viniste corriendo, me volviste a abrazar, me besaste y, entre lágrimas, me dijiste que me querías. Fue la vuelta a casa más larga del mundo, el tren avanzaba pero yo sentía que una parte de mí se desgarraba de mi ser, como si me la arrancaran, estaba presente en dos lugares y en ninguno al mismo tiempo. 

Me gustaría despedirme contándote un poco lo que fue de mi después de ese minuto. Volví a ver a Lorde, dos veces, e incluso la toqué, ¿podés creer? La noche que cantó Hard Feelings de  sorpresa  yo sentí unos brazos rodeándome. Pensé en hablarte a la salida del concierto, quería que vinieses  a dormir conmigo, pero no lo hice. Debes pensar que ahora te odio, pero no es así, busco el perdón en todas partes, como si de alguna cana se tratara, y lo único que encuentro son fotos tuyas en mi teléfono.

Mi cabello creció más, y en lo único que pienso es en raparme. Estoy a punto de aplicar a mi visa nueva, aunque no sé si lo que quiero es seguir acá. Te dije  esa última vez que Australia es el sueño y  la pesadilla, que es una ciudad cruel con un apetito insaciable, o quizás yo soy demasiado frágil para este estilo de vida. Mis piernas y muslos crecieron más debido al gimnasio, y sé lo mucho que te gustaban. Solía escuchar golpes en mi ventana y me gustaba pensar que eras vos, pero al correr las cortinas solo veía el árbol anunciando la llegada del otoño y recordándome tu ausencia.

Agustin, hace poco encontré un video nuestro en el cual estamos acostados en mi cama comiendo helado y riéndonos, no pude evitar sonreír y volver a esa noche.

Te lo dije esa noche, y te lo dije un montón de otras noches más: te quiero mucho, pero ya no me agradas. Fuiste más que un amor de verano, pero menos que el amor que merecía.

Bio

Iván Alarcón (Chaco, 1995) es traductor de inglés y actualmente vive en Australia.

***

Scroll al inicio