Joseph
Querido Joseph.
Probablemente este no sea el momento correcto para escribirte.
De hecho, estoy convencida de que no lo es, no en el autobús escuchando «00:00» de Cazzu, no después de tan poco tiempo, cuando los sentimientos siguen a flor de piel. No con prisa, no cuando estoy apunto de bajarme para tomar el metro. Pero sentí un impulso de manifestarte en papel y, ya que nuestra historia se basó precisamente en impulsos inesperados, me pareció adecuado. Ya que nuestras almas se miraron en el momento menos propicio, me pareció bien escribirte a prisa, así, escuchando música y mirando a la ventana.
Definitivamente no es el momento.
Establecido este preámbulo, me dispongo a nombrarte con todas tus letras:
[Justo ahora suena «VIVIR ASÍ ES MORIR DE AMOR«]
Fuiste lo que siempre he querido que alguien sea. Fuiste el soplo de vida más fresco que he inhalado. Pareció que leíste mi mente. No hay explicación para haberte amado en tan poco tiempo. Para amarte. Te amo Joseph. Te amo. Sin ninguna duda te amo. Brisa fresca. Alma gemela. No quiero que esta carta sea un poema, pero fuimos poesía. Las palabras parecen no ser suficientes para describirnos. No sé de dónde has venido ni por qué razón me amaste.
¿Recuerdas esa fiesta en mi casa? La última, en la que todo se fue a la mierda, quizá tu recuerdes a mi tía pegándote gritos en español o a mi hermano mirándote con desdén, pero yo repito en mi mente lo que me dijiste: «Si vamos a esa habitación, voy a besarte y no vamos a poder parar».
Y paraste. Pudiste parar. Mentiste. Y te amé más por ello. Joseph. Ventana abierta, alma transparente, honesta, mentirosa, desnuda. Tengo la teoría de que viste el fuego en mi, me viste arder sin control por una historia así, por ti. Por supuesto que lo viste. Si notabas cuando me arreglaba el cabello al verte cómo no notarías la robusta bestia de mi pasión. Percibiste ese aroma de rendición y fuiste piadoso con esta criatura. No quisiste cazarla. Mi teoría es que tu has sido esa bestia alguna vez y a ti no te dejaron ir. Con la piedad de alguien más sabio, en cambio, tu me dejaste ser sin ti. Por supuesto que estoy enojada contigo, y triste, y te reprocho irte, pero es que por ti lo siento todo.
Aún después de volver a tu país, lo seguiste haciendo todo bien. No escribiste, justo como siempre fantaseaba con los encuentros efímeros que una vez que terminan solo queda atesorarlos cerquita del corazón. Solo escribiste cuando fue preciso, para pedirme un poema que por supuesto esperaba que supieras que era para ti. Y pienso que, así como notabas que me arreglaba el cabello para verte, también te diste cuenta de que aquel poema llevaba tu nombre en cada verso. Te detesto. Te amo. No te extraño. Gracias por dejarme libre, siempre te lo reprocharé, pero creo que supiste que, si siguiéramos juntos, hoy estaría en agonía constante, que si hubiésemos fusionado nuestros cuerpos, una parte de mí habría muerto cuando te fueras. Que me descifraste en tan poco tiempo que para ti fue dolorosa la idea de dejarme despertar cada mañana sabiendo que me dolería el alma sin ti.
Supiste leer mi alma entre líneas, te asomaste por las persianas de mi verdad, me miraste a los ojos por un instante, y de golpe, tu partida, oscureció la habitación. Así bien, te dejo esta carta incompleta, porque ni 10 frascos de tinta bastarían para escribir los versos que podría dedicarte. Todavía me queda mucho por sentir mientras exprimo nuestros recuerdos en soledad, pero me pareció adecuado dejar esta carta así, a medias, con un prometedor inicio y un abrupto final.
Atentamente,
Luna.
Bio
Luna María (México, 2003) es actriz y poeta.