Arturo
Ayer me caí.
Al piso. Lo enceré.
Así decía la profesora de gimnasia de quinto grado. Una enceradita de diez centímetros habrá sido, quedó color ladrillo el suelo de la vereda, mitad en construcción mitad cartones y piedritas.
A dos cuadras de tu casa. Estando ahí, en el suelo, me di cuenta, porque pude ver en la esquina a nuestro ombú. Bueno, “nuestro” ya no. Tuyo. O ni siquiera…. La cosa es que dije, Claro, sí. Estoy acá, a dos cuadras.
Y como despertando de un ensueño de tierra, me dije “Pará, ¿se mudó?”
Se mudó, se mudó.
¿o me inventé una mudanza?
Lo que inventé fue una escena en donde justo pasabas caminando y me veías así, derretida, golpeada, herida de guerra; un poco te reías, otro poco te acongojabas, me dabas la mano y me sacabas la tierrita de la herida. La fantasía y la vergüenza de sentirme vulnerable en público me eyectaron del piso. La vergüenza también era fantasía, porque nadie pasó, solo el árbol me miraba.
Me hubiera quedado en el piso, pensé, mientras caminaba hacia Farmacity. En el piso no hay nada que hacer, te podés dejar estar, un momento útero. Pero la parte que queda entera de mí, me hace caminar sin poder disimular la renguera.
Esperé sentada al lado de las góndolas de colágeno, espirulina, stevia, me perdí en las etiquetas con panzas color beige. El pupo de una pareció darle play al recuerdo de otra espera, una vivida 20 años atrás, el día que enceré con rodillas y manos la cuarta base del partido de baseball, haciendo ganar a mí equipo el torneo de la clase de gimnasia. La profesora levantándome del piso al grito de “¡Enceraste, pero ganaste!”. Mis compañeras coreando mi nombre, yo con el pecho ardido, conteniendo el llanto, siendo llevada en brazos del profesor de gimnasia de los varones hasta la sala de maestras. Ese día perdí piel, dejé pedazos de mí en la arena, entregué mi cuerpo al equipo y fue la primera vez que descubrí que la piel no todo lo contiene, había debajo de mí más de lo que podía tocar.
No pude llorar hasta mucho después, el llanto vino como un torrente inevitable, un día de la nada mientras dormía. Y cuando me caí, ayer, algo del mismo torrente se movió. Ese día en la escuela me la pasé tomando té con galletitas de agua, esperando a que trajeran las vendas y la rifocina: no pude escribir durante semanas. Martin Obeide, mi novio tácito, me anotaba las cosas y venía a casa para hacer la tarea y comer mandarinas. Juntos fuimos sacando las cascaritas de la piel hasta descubrir la nueva, rosa, muy rosa en contraste con el resto de mi pierna. La rodilla cicatrizó más rápido que las manos y el ardor que siento ahora al teclear es el mismo, como si ese momento y este se plegaran y hoy, veinte de marzo, Martin Obeide estuviera comiendo mandarinas y tecleando acá conmigo. Me alienta con toda la fuerza con la que un fantasma puede alentar hasta que termina la mandarina y se esfuma entre las cáscaras.
Creo que el hecho de que te hayas puesto de novio, tan de pronto, tan de repente, construyó un paredón entre nosotros y este ardor quizás sea también porque siento que al escribir estoy trepándolo. ¡Qué riesgo! No sé si vas a estar del otro lado, ni sé si me vas a escuchar, ni sé lo que tengo para decir, pero trepo.
Tecleo.
Ardo.
Ayer tirada en el piso, con la tierra en la boca, nos vi: Ese primer veinte de marzo, hace no sé cuántos veranos atrás (¿6? ¡7! ¿8?), en ese cumpleaños donde nos quedamos charlando en la terraza, bajo los refucilos que anunciaban tormenta.
Nos enamoramos debajo de una tormenta de verano, aunque en ese entonces yo no lo sabía.
Alguien que admiro mucho, hace unos días me dijo que el amor es eso, la habilidad de entregarse a no saber. Y ahora que lo pienso, quizás me caí para eso, para recuperar esa habilidad, porque últimamente ando muy alerta. Era obvio, era cantado, era clarísimo que ibas a ser el primero, que no te ibas a aguantar ni un año con vos mismo. Me encantaría tener ese poder. Poder confiar otra vez, entrenar la habilidad de no saber junto con alguien nuevo. Desconocido.
Cada vez que doy un nuevo beso, aparecés, como un fantasma: tus ojos achinados, tu confianza en la vida,
en mí,
en nosotros.
Aparecés como una capa que aglutina y a la vez me aleja del cuerpo nuevo. Me enamoré dos veces desde que te fuiste y tu fantasma ahí, firme, aparece como un perfume que horada el lazo que emana el cuerpo de la persona a la que me acerco, o que se acerca. Así y todo besé a 9… no, ¡11! 11 personas, si cuento los que fueron actuando. Lo curioso es que en la ficción el perfume fantasma no aparece.
Tu último mail me llegó otro veinte de marzo, hace exactamente un año, al correo no deseado. Ahí estaba, tu nombre y apellido en negrita diciendo “hola, ¿cómo estás?”. Me decías que hasta cuando no querés pensarme, la vida me piensa por vos. Que me habías visto en la fila para entrar al cine. Me preguntabas por la casa, por las plantas, por los vecinos. Me resistí a contarte cosas, a que sepas de mí, y a la vez no sé, no sé qué te llegará de todo esto y tampoco sé para qué quiero llegar a vos.
Pero
no puedo
parar
de escribir.
¿Capaz escribiéndote pueda purgarte? A ver si sucede de una vez por todas… Y me sigue ardiendo la mano, la rodilla pica, la venda raspa, y digo, claro, no… la cosa no es resistir, sino rendirse, dejarse caer por completo, otra vez, encerar el piso de este desamor, dejar la piel, entregar el cuerpo al equipo, dejar que la sangre corra, la piel no todo lo contiene, hay debajo de mi más de lo que puedo saber.
Tu fantasma me orbita y, aunque me resista, vas a estar en mi corazón.
Aunque no pueda tocarte, ni olerte y ya no sepa muy bien quién sos. Si amar es la habilidad de no saber, voy a entrenarme en eso. Y si bien quisiera saber cuándo dejaré de extrañarte, o cuando podré sacarme las vendas y volver a acariciar, voy a entregarme a esto, a que te quedes en mi corazón, un rato más, un ratito más. Voy a aceptarte como fantasma, recibirte cuando aparezcas entre los besos que me doy con amores nuevos. Me entrego a no saber, ni dónde ni cuándo ni cómo, creo que este es el acto de amor que hoy puedo darme, y darte.
Carolina
Bio
Jazmin Carballo, actua y escribe. Escribió Ningún lugar más que acá y Correo no deseado. Actualmente actúa en su biodrama del corazón roto «Mi corazon fue una trampa para pulpos«.