Clara
Clara
Hace semanas la sensación es única y la misma: soy un mal malabarista. Tambaleo sobre puntos suspensivos, me dejo llevar por esta música sorda. Caigo, no sé de dónde, pero caigo. Con la certeza del golpe que no llega. Como cuando intento acordarme de un olor que se fue. La presencia del hueco duele acá. ¿Qué digo? Perdón. Bueno, sí. Acá. En el pecho. Pero también abajo de los párpados. Te escribo y me tiemblan las manos, como si algo faltara. No sé. Busco a tientas un hilo, un nudo, un ovillo, un punto en cruz. No importa qué, simplemente busco con desesperación algo que todavía nos una, aunque a esta altura creo que ya nada vale la pena.
Te escribo como si algo del peso de las palabras pudiera frenar el vértigo. Intento bajar algo de ese lugar donde todo está suspendido. Anclar esto que flota. Aunque sea un mal malabarista. Un torero lento que se esconde debajo del capote y espera que algo del impacto le genere calor.
Me pregunto si alguna vez sentiste algo de este vértigo. No sé, no creo. Yo te vi bailar como fuego en tierra virgen. Vi el brillo en tus ojos cuando desapareció todo lo que nos sostenía. Cuando el mundo tiró para abajo, vos volaste. Yo no pude. Soy un circo triste, sin alas. Caigo siempre sobre mí. Soy peso muerto sobre mi propio peso. Las palabras me empujan hacia abajo.
Ahora, en la plaza, te escribo mientras veo cómo un nene intenta subir un tobogán al revés. De abajo para arriba. Avanza lento y se agarra de los costados del túnel de plástico gastado con forma de garganta. Pienso si la escena tiene algo para decirme. No sé, no creo. Hace días que no hago otra cosa que pensar y pasear con este ritmo cansino. Siento el viento en la cara y busco mensajes en el aire que me despabilen.
Quizás saco conclusiones equivocadas. Pero, ¿cuándo? Si todo empezó en la caída, quizás estos puntos suspensivos sean una especie de plataforma desde donde mirar para abajo. No sé, ya no creo en nada. El nene se me perdió de vista. Pasó un perro ladrando y también se me fue lo que te quería decir de las manos, temblorosas todavía.
Yo también pienso que lo nuestro fue subir un tobogán al revés. Pero en otro sentido. Más como el dicho ese del pez y la contracorriente. Sé que no es lo que querés escuchar. Perdón. Pero anoche me cansé de dar vueltas en la cama buscándote a los coletazos. Hay una parte de mí que no te quiere dejar ir. Que no puede mantener el equilibro de tu ausencia. Te recuerdo, soy un mal malabarista.
Es que al final no entiendo si estos puntos suspendidos son tiempo o distancia. ¿Cómo se mide lo que nos separa? ¿Hasta dónde tengo que alejarme? Creo que el nene se fue de la plaza, porque también perdí de vista a la madre. Y las familias que estaban festejando un cumpleaños también se fueron. No quedó nadie. ¿Es suficiente así?
Sé que cuando me preguntaste cómo estaba fue pura formalidad. Que solo me escribiste para coordinar a quién le podía devolver tus llaves. Y que seguro ni te acordás del día que encontramos esas viejas pelotas de malabarismo y nos quedamos horas y horas intentando que aprendieras a sostener cosas sin dejarlas caer. Evitar la caída en seco, salvar lo inminente. Pero vos no sos una mala malabarista como yo. A vos, simplemente, nunca te interesó el equilibrio.
Bio
Dylan Resnik es periodista y poeta. Escribe para Página/12. Revoluciones domésticas, su primer libro, va a salir este año por Editorial Halley.