Felipe
Querido Feli:
¿Cómo estás? Pienso mucho en vos.
Quería escribirte para que supieras que la distancia simbólica (y física) que tomé fue porque me sentí muy herida y recién ahora, después de tantos meses, puedo admitir lo que me costó digerir verte públicamente con otra persona que no fuera yo. Además, vos sabés, la última vez que te escribí no me respondiste. Después de eso no quise escribirte más.
Pero ahora que pasó agua por debajo del puente, creo que me merezco decir lo que me pasa aunque vos nunca hayas podido poner en palabras lo que tenías conmigo. Que a vos te diera miedo ponerme un nombre en tu vida no era una responsabilidad mía.
Cuidé nuestros secretos, creía que esa era la mejor manera de preservar nuestra intimidad. Después me di cuenta de que sólo éramos dos grandes mentirosos que no sabían amarse de otra manera que no fuera a escondidas. Jugábamos a la casita, cuando en realidad cada uno tenía otros domicilios declarados. Lo que todavía no me perdono es el daño que le hicimos a la gente que estaba al lado nuestro. ¿Vos también sentís culpa por eso?
Quererte fue tomar todas las decisiones incorrectas, tenía un motor en el pecho que me decía todo el tiempo que no importaba lo incauta moralmente que era la situación, que si el mundo se acababa mañana yo quería ser tu patria, el lugar a donde pudieras volver sin pasaporte.
Ojalá tuviéramos más registros que esos dos mails y las cuatro cartas que hay en el segundo cajón de mi mesita de luz, porque las imágenes de nosotros eran la definición de ternura,. Éramos una peli de mala calidad, grabada con una camarita con tapita, musicalizada con una mezcla de los grandes éxitos de Babasónicos y un sonido ambiente abrumador.
La noche del carnaval fue una de las más felices de mi vida, no puedo borrarme como jugábamos como dos nenes con la espuma, mientras tomábamos cerveza. El gesto de pasarme a buscar para festejar es indeleble. Me acuerdo de que te hice un chiste sobre San Martín y que me respondiste con otro sobre la guerra en Rusia, me acuerdo de que llovía y parecía que no íbamos a dormir juntos, pero alguien inocentemente nos alcanzó para el mismo lado y fingimos separarnos en una esquina y a los 10 minutos estábamos de nuevo juntos en la puerta de mi casa. El ascensor estaba roto por la tormenta y vos quisiste subir los 15 pisos en escalera igual. Nos pasaba seguido lo de confundir el esfuerzo con el sacrificio.
Tengo algunas confesiones aleatorias para hacerte: odio las facturas con crema, las compraba sólo para hacerte sonreír a la mañana; podría haber comido panchos todo un año con tal de ver todos los días la cara de emoción que hacías; que todas las veces que nos vimos pensé en pedirte que te quedaras y que no lo hice porque sabía cuáles eran las respuestas. Que no puedo creer que esa vez que viajamos juntos dormimos cuatro noches sin darnos ni un beso; que mucho tiempo me puse mis mejores trajes y no me desvestiste. Ahora que enumero las confesiones, me doy cuenta de que lo nuestro se había roto antes de que habláramos ese día en casa y me dijeras que no querías nada serio. Vos siempre fuiste más inteligente que yo.
Estar con vos era como ir a una fiesta electrónica. La intermitencia de tu presencia, era igual a la de las luces, tu voz que me hacía moverme como si estuviera siempre a 150 bpm, me hacia sentir completamente drogada. Sabías que a mi no me daba miedo pasarme, yo siempre estuve dispuesta a la sobredosis para poder bailar un ratito con vos. A veces creo que te aprovechaste un poco de eso.
La otra cara de la moneda era como el espacio quedaba afectado de recuerdos cuando te ibas de casa, de esta casa, mi casa, donde hacíamos trinchera los domingos. Dejabas la silueta en la almohada y yo me convertía en una especialista en criminología. Me guardaba en bolsitas ziploc esta dulzura, siendo detallista para juntar las pruebas de la composición de la comodidad que representábamos cuando estábamos juntos. Hoy vuelvo al expediente porque creo que resolví el misterio. Sigo convencida de que nuestra risa era un lenguaje aparte. Te quise de verdad, estaba dispuesta a compartir mi vida con vos. Antes quería que vuelvas para que existieran un millón de primeras veces que ahora no quiero. Después de todo, que te vayas era el hecho clave que faltaba para entender lo que nos pasó, porque fue una prueba de que alguna vez estuviste acá, de que alguna vez te regalé una mariposa y existimos en el mismo lugar.
Después de todo, yo tampoco estaba disponible emocionalmente para quererte, no sos el único villano de esta historia. Te cargué con una responsabilidad muy grande cuando te pedí que me cuidaras. Ahora estoy bien, aunque tuve que volver a vivir a la casa de mi mamá un tiempo y hacer mucha terapia para poder decir que estoy eligiendo mi propia vida. Vos sabes lo que a mi me costó creer, pero ahora aprendí lo liberador que es no tener que esconder lo que una siente. Voy encaminada. Cerrar esto es para mi uno de los pasos que había que dar.
El resto es lo normal, la facultad va bien, mi casa está en orden, las chicas siguen siendo unas amigas de oro. Creo que es un buen resumen de lo que quiero que sepas de mi.
Agradezco profundamente esos momentos en los que fuimos genuinamente compañeros, pero te pido que dejes de pintar todas las paredes de mi barrio. Ya no quiero que aparezcas en mi vida todos los días.
Todavía te quiero, mariposa.
Bio
Esta carta la escribió Valentina (2003, Patagonia Argentina). En el 2023, vive y estudia en Córdoba.