Facundo
Sombra terrible de Facundo voy a evocarte, para que te levantes a explicarme el misterio de la vida. Tú posees el secreto: revélamelo.
¿Te acordás cuando te despertaba de las siestas de fin de semana con el principio del Facundo? ¡Cómo te reías de la pavada que me permitía solo en ese espacio que era nuestro, sin espectadores! ¿Cuántas veces habremos repetido esa escena, vos durmiendo, yo tirándome encima tuyo para recitarte con voz fantasmal el principio de ese libro que zafaste de leer en el secundario? Disculpá que te evoque de forma tan sorpresiva, pero tu sombra me estuvo persiguiendo, Facundo.
Hoy estuve de mal humor todo el día, y vos sabrías por qué. Fue uno de esos días festivos en los que yo no creo, pero que me veo obligado a festejar igual. Tradiciones familiares, ¿viste? Vos siempre fuiste más familiero que yo. Te encantaba llegar temprano y ponerte a hacer el fuego mientras escuchabas el relato de algún partido. A veces ni vos sabías quién estaba jugando, pero el simple murmullo futbolístico te ponía feliz. Era tan simple la vida al lado tuyo, Facundo.
Lograste en dos años lo que mi viejo intentó durante veintinueve: que me entusiasmara una pelota. Al principio fue tu cara de fascinación hablando de la redonda lo que me producía cosas, pero después (no sé muy bien cómo) supiste contagiarme la electricidad. Me acuerdo la primera vez que me pusiste a prueba y tuve que explicar lo que era un offside sin tu ayuda. El beso que me diste cuando terminé me quedó resonando en la mandíbula por días.
Pero no fueron las fiestas ni los quilombos en Boca lo que hizo que me acordara de vos, sino que fue muy difícil no pensarte con el país entero vestido de celeste y blanco. Supongo que te habrás sentido brillante como el sol de nuestra bandera en medio del torbellino mundialista. Que habrás iluminado a todos con tu felicidad y los datos de jugadores de Camerún. Que haber podido festejar sin este lastre que odia las multitudes y que no entiende tan bien qué pasa con la pelotita habrá hecho completa tu alegría.
Me gustaría que sepas que fui a festejar el triunfo de Argentina al Obelisco. Que fui desde cuartos, imaginate. Que tomé vino del pico y lo compartí con extraños. Las calles parecían una fiesta de disfraces que me repetía tu ausencia. La fiesta de los mil Facus. Cuando volví a mi casa, un poco borracho y más entusiasmado de lo que podría explicar racionalmente, me acunó la imagen de tus piernas en esos shorcitos cortos que usabas en cualquier estación. La combinación buzo-shorcito siempre fue mi debilidad. Casi no te recuerdo usando otra cosa que no fuese ropa deportiva. Siempre estabas listo para vivir una aventura, o una huida.
Yo no estaba de acuerdo cuando quisiste que nos separáramos, pero esas decisiones no se discuten. Ahora me parece lo más sensato. Nos había pasado un camión por encima, ¿te acordás? Necesitábamos ese aire para volver a ser nuestras mejores versiones. Con el tiempo me enteré de que no fuimos los únicos a los que la pandemia se los llevó puestos. Por suerte, estoy mejor ahora que hace un año. Imagino que vos también.
Pasé mucho tiempo creyendo que estabas equivocado, hasta que en un momento entendí que quizás la convivencia fue un poco apresurada. Vos brillás si tenés público, Facundo. Y yo nunca fui la multitud que necesitabas. A mí me encantaba nuestra vida íntima, los chistes internos, cómo tu presencia tomaba la forma de mi departamento. Pero vos necesitabas más gente, más estímulos. No había aventuras posibles en el dos ambientes de Facultad de Medicina.
No te escribo porque quiera volver a verte, Facu. No sé cuál es tu cuerpo hoy, qué estarás pensando, si todavía te da miedo no tener puerta de escape. La sombra que me acompaña no es la de tu cuerpo real, es la que me inventé de recuerdos para que me haga cucharita algunas noches. Y estoy bien con eso. Escribo esta carta como un acto de psicomagia para liberarte de mí, para que tu sombra pueda volver a su cuerpo real.
Te saludo, te quiero.
Emiliano.
Bio
Esta carta la escribió Emiliano Juarez (CABA, 1993). Es arquitecto.