Lean

Hoy me enteré de que pronto sale la última temporada de la serie que prometimos ver juntos. Otra de las promesas que quedaron en esa galaxia que alguna vez supimos construir.

Son las doce de la noche y estoy en mi habitación con unas medias rotas que no pueden protegerme. Por lo pronto entiendo que el desamor tiene que ver con esto. Con que hay días en los que apenas puedo pronunciar tu nombre y días en los que el dolor se escapa por un sendero que es bello pero que no siempre sé dónde queda. 

El silencio y el viento de la madrugada me hacen acordar a esas noches que jugábamos a los adolescentes y nos quedábamos despiertos horas y horas. Esas noches que al principio parecían lindas, pero en las que después me gritabas y me dabas la espalda. Todavía puedo recordar tu voz despertándome a las seis de la mañana para echarme de tu casa. O el silencio ensordecedor de las palabras que no sabías pronunciar y que reemplazabas con empujones o gritos.

Pero no te preocupes. También sé acordarme de lo lindo. Como la primera cerveza que tomamos. Las vueltas que dimos por Caballito buscando un pasaje que nos deje fumar la última tuca que te quedaba y besarnos sin que nadie nos mire. O la madrugada que tiramos almohadas en mi terraza para acostarnos y mirar la ciudad. Recordar las partes buenas también es un sostén que a veces es necesario, pero que no siempre nos lo permitimos. A veces paso con el colectivo por tu casa y no puedo evitar mirar el balcón al que salíamos a fumar. Hace unos días pasé y lo estaban pintando de azul. ¿Será ese tu primer borrón y cuenta nueva? ¿Cambiar los colores de las cosas? ¿Esconder o tirar lo que te hace acordar a mí? La madrugada me hace sentir que la nostalgia es un plato que se sirve frío y pega fuerte.

La otra noche te crucé. Yo volvía de la facultad, llovía fuerte y en una de esas nuestras miradas se chocaron en un cruce mojado y violento. Vos me miraste duro con ese lenguaje del silencio que te caracteriza. Y seguiste de largo. Cada vez que te cruzo (porque te cruzo más de lo que querría) pienso que estás como la última vez. Y pienso cuántos chicos habrás besado, cuántas lenguas te habrán deseado. Imagino que tu voz ahora suena más grave porque se supone que crecimos. A veces sueño con esa voz también. Sueño con que en alguno de esos cruces me pares y me digas todas las cosas que todavía me faltan escuchar. Tengo que aprender a dejar ir todo lo que se me escapa. Aprender que a veces por más que estire los brazos no puedo alcanzarlo todo.

Todo esto forma parte de un recuerdo que construyo solo. Y de lo que aprendo día a día. Voy a conseguir helado para empezar la última temporada de la serie porque prometí no volver a dejar cosas abiertas (aunque a veces eso esté bien). También voy a hacer justicia y voy a abrigar mis pies con unas medias dignas porque me lo merezco. Seguramente te recuerde en algunos de los personajes y me den ganas de llorar. Pero después de todo las cosas permanecen un rato y después pasan. Y quedan por ahí, en alguna galaxia llena de promesas que en algún momento se hacen con el corazón y que después se tienen que dejar atrás para seguir. Te mando un abrazo corto, porque sé que los largos nunca te gustaron.

Tomi.

Bio

La carta la escribió Tomás Litta en 2019. Nació en Buenos Aires en 1997. Es poeta y gestor cultural. Cursa la carrera de Letras (UBA). Produce y coordina el ciclo de poesía erótica  El Cuerpo Expresivo. Lleva adelante la cuenta de difusión cultural LGBTIQ+ @culturacuir. Es creador del podcast Cruzadxs. Sus poemas obtuvieron diversos premios y circulan por antologías, fanzines y revistas literarias. Publicó  Fruto rojo (Santos Locos, 2019) y está en proceso de edición de la primera antología de poesía erótica de El cuerpo expresivo.

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