Román

Román: 

Pensé que todo lo que tenía para decirte había quedado saldado en los más de cien poemas que te escribí y publiqué en internet. Pero hoy estaba pensando en otros y de repente tu nombre apareció en mi cabeza, como esas ventanas pop up que hacían ruidos raros y no podías cerrar cuando abrías una página llena de virus.

Tu recuerdo a veces me llega con la dulzura de la nostalgia, me hace darme cuenta de cuánto crecí, pero sobre todo de cuán pendeja era cuando nos conocimos. Adoro verme en retrospectiva y ver lo distinta que soy. Suelo pensar en vos con cariño y agradecerte por todo lo bueno que me diste y todo lo que aprendí al lado tuyo. Nunca vas a dejar de ser el primer pibe con el que cogí, ni esa noche va a dejar de ser hermosa en mi recuerdo. No doy por sentado haber tenido una buena primera experiencia sexual y por eso creo que sentí que no podía reprocharte nada. Pero hoy mi cerebro, o mi corazón, alguno, hizo una conexión y me di cuenta de que no.

Que no terminé de descifrar cómo me siento habiendo pasado ya cuatro años de vos. Que ni todos los poemas en los que te demonicé* ni todos los poemas en los que dije que fuiste lo más lindo dicen la verdad sobre nosotros. Que ninguno termina de describir el mecanismo a través del cual me hacías sentir siempre en falta: te enaltecías a vos mismo en tu intento por construir una alternativa conmigo, como si hubiera una manera maravillosa de vincularnos que yo no lograba ver y, a la vez, me hacías responsable de nuestras fallas diciendo que yo era muy piba para comprenderte.

Me gustaste desde el principio por tu forma de acaparar todo. En un ambiente donde yo me sentía minúscula y detestable, vos eras siempre el centro de atención. Dirigías, coordinabas, controlabas a todos los que tenías cerca. Y siempre, pero siempre jugabas. Eso me parecía hermoso, de esa parte tuya me enamoré. El juego era el centro de tu vida, pero tardé demasiado en darme cuenta de que los juegos de grandes no eran los mismos a los que yo estaba acostumbrada. En nuestra privacidad no eras animador de cumpleaños, tus juegos eran oscuros y solo te divertían a vos. Nuestra relación fue eso: vos imponiendo las reglas, yo limitándome a cumplirlas.

Me acuerdo del día en que me di cuenta de que todavía seguías viendo a tu ex novia. Había sido el “Ni una menos” y compartiste en tu facebook un texto que escribió ella y te pasó. Vos estabas en otro país y yo en mi casa midiendo la diferencia horaria para no perderme ni un segundo de hablar con vos y decirte que te extrañaba. Cuando vi su nombre en tu perfil se me estrujó el alma, pero al decírtelo, me aseguraste que solo te había escrito para compartirte eso.

Ese texto era hermoso y preciso, pero no pude disfrutarlo porque ella era la más linda del mundo, tu novia de cuatro años y yo, la pendeja que vino después. 

Esa fue la puerta que nos hizo caer lento, pero en picada. Desde ese momento me volví minúscula y la duda me persiguió el resto de nuestros días y mucho tiempo después también. 


Igual quiero agradecerte por toda esa mierda, fue ese dolor el que me dio la herramienta que me salvó y me acompaña desde entonces y para siempre: la escritura. Con vos entendí que las palabras eran el único arma que tenía para enfrentarte. Primero escribí para mí, pero después empecé a mostrártelo: ahí invertimos los roles y vos empezaste a jugar mi juego. Usé la poesía como una 9 milímetros y te disparé con toda mi fuerza. Te lastimé a propósito. Verte destrozado por primera vez me hizo levantarme del sótano al que me habías tirado. Cuando vi el impacto de las palabras-balas entendí que los juegos de grandes tienen más de dolor que de alegría, pero que no dejan de ser juegos. Y aunque sabía que nuestra partida no la iba a ganar nunca, al menos ahora tenía una aliada.

Creo que si no te hubieses ido de viaje todo el verano todavía hoy seguiríamos jugando el único juego macabro que inventamos juntos: vos diciéndome que me querés, pero no podés prometerme nada, yo escribiéndote las cosas más íntimas y crueles como si no las fueras a ver para que te quedes conmigo. 

Sigo pensando en cómo me siento y me doy cuenta, por fin, de que nunca quisiste construir nada. De que no existía esa alternativa natural de la que tanto me hablabas. De que sí, que el amor tiene muchas formas, pero que cuando las reglas las pone solo uno no se crece: se agobia, se lastima, se destruye incluso lo poco que hay construido.

En mi corcho tengo un papel con algo que me dijiste un día: “Vos leés lo que no está escrito”. Quizá debería haber leído entre líneas para encontrar lo que no había entendido hasta hoy: no es que era incapaz de comprender tu juego, es que, para ganarlo, tenía que volverme mi propia enemiga y no estaba dispuesta a perderme por vos. 

Correcciones

* En el audio, “Que ni todos los poemas donde te demonicé”. Ups!

Bio

La carta la escribió Melu que nació en Capital en 1996. Coordina el ciclo de poesía súperheroínes y publica poesía en @pterodactilx.

Nota de las editoras

En esta carta hubo un proceso de edición sobre el final súper interesante para nosotras. La versión original del último párrafo era: 

«En mi corcho tengo un papel con algo que me dijiste un día: “Vos lees lo que no está escrito”. Quizá porque busqué en tus palabras y no leí entre líneas es que tardé tanto en descubrir que no: no fuiste nada de lo que pensás que fuiste conmigo, ni siquiera fuiste nada de lo que pensé hasta hoy que habías sido para mí». 

Ahí aparecía ya la potencia del cierre que se esconde en la frase del corcho, pero esa potencia se diluía después, traía algo que no jugaba con el tono de la carta. Propusimos reescribirlo manteniendo lo primero. Ahí surgió la segunda versión: 

«En mi corcho tengo un papel con algo que me dijiste un día: “Vos lees lo que no está escrito”. Quizá debería haber buscado ahí, en eso que no pudiste poner en palabras, lo que no había entendido hasta hoy: en mi cabeza había formado un relato de nosotros donde yo era la inútil que no terminaba de entender cómo jugar tu juego. Pero ahora me doy cuenta que no, no es que no podía; es que para hacerlo, me tenía que jugar a mí».

Acá empezaba a brillar algo del juego semántico del resto de la carta, pero resultaba un poco confuso por las repeticiones (jugar, juego, jugarme). Propusimos volver, pero esta vez abrir un poco esos sentidos:«En mi corcho tengo un papel con algo que me dijiste un día: “Vos leés lo que no está escrito”. Quizá debería haber leído entre líneas para encontrar lo que no había entendido hasta hoy: no es que era incapaz de comprender tu juego, es que, para ganarlo, tenía que volverme mi propia enemiga y no estaba dispuesta a perderme por vos».

***

Scroll al inicio