Martín

Martín: 

Estoy sentada en lo que quizás fue nuestro bar favorito, ojalá sepas cuál. Es de los pocos lugares a los que íbamos que siguen existiendo, es como si la crisis quisiera aniquilar todos nuestros recuerdos. 

Martín, es la primera vez que te llamo por tu nombre, estoy segura que ahora todos te dicen así. Martín, esta es una carta de despedida que intenta reemplazar a la que no supimos darnos. Ese día que me fui de tu casa con la certeza implícita de que no iba a volver a verte, Martín, lloré desconsoladamente durante todo el viaje en el 56. Lloré en el asiento de dos y la persona que tenía al lado se cambió de lugar, yo hubiera hecho lo mismo. Me bajé y caminé las diez cuadras que tengo hasta mi casa intentando que no se note el llanto. Lo logré, Martín. Esta es una carta de agradecimiento por todas las cosas que durante el último tiempo intentamos oscurecer. Sí, Martín, aunque no lo creas esta es una carta para decirte gracias. 

Gracias por la conexión instantánea. ¿No te sorprendió esa primera vez que hablamos esa noche en la toma del colegio lo bien que nos llevamos casi sin conocernos? A mí todavía me sorprende. Gracias por la vez que me convenciste de escabullirme de la limpieza de la fiesta y por usarlo de excusa para darme un abrazo y pedirme mi número de celular. Gracias, después, por hablarme todo el tiempo, por los largos audios contándome cada detalle de tu día. A veces creía que inventabas cosas para hacerme reír, si fue así no te preocupes, funcionaba. Martín, gracias por esa primera cita y por darme un beso aunque tuviera anginas. Gracias por las charlas a la madrugada sentados en la ventana de tu pieza, hace poco encontré un cuaderno en el que había anotado que ese era mi lugar preferido en el mundo. Gracias también por la noche en la que un poco borrachos vimos ese tutorial sobre cómo bailar salsa. Gracias por bailar conmigo, gracias por hacer que no tenga vergüenza. Gracias por el viaje al norte, por el viaje al sur. Por dejarme ir a tu casa siempre que lo necesité. Gracias también por haber proyectado un futuro conmigo. Gracias por la vez que me contaste que habías empezado a escuchar ya no me acuerdo qué banda porque habías visto en Facebook que a mí me gustaba. Martín, esta es una carta de agradecimiento porque de pedirnos perdón ya nos encargamos.

Guardo nuestro amor adolescente en la remera de Pearl Jam que me dejaste que me lleve, entre las hojas de los libros que me regalaste, en el anotador que una vez me diste y en el que escribiste una dedicatoria improvisada que descrubrí hace poco. En el folio del trébol de cuatro hojas que muy generosamente me obsequiaste para, creo, mi primer parcial del CBC. Guardo nuestro amor adolescente con las piedras que recolecté en Brasil, en el 2016, y que nunca te di, pero sigo teniendo (está en la caja con los negativos de las fotos que son un 80% con vos), lo guardo con la remera de Cuestión de Peso que me compraste en el ejército de salvación y dentro de la cámara que fue mi regalo de cumpleaños número 21. Martín, nos guardo en esas cosas porque son la prueba material de que tuvimos algo lindo. Martín, quizás odiarnos un tiempo fue lo que necesitábamos, pero ahora nos perdono, hicimos lo que pudimos. Gracias por todo lo bueno, que fue un montón. Lo malo ya lo hablamos.

Te quiere,

Panchi.

Bio

La carta la escribió Francisca Franic. Nació en 1997 en Ciudad Evita, sigue viviendo ahí. Pueden escucharla hablar sobre las series que atravesaron su infancia en el podcast “Desayunando con Panchi”.

Nota de las editoras

El uso del vocativo en esta carta es el gran protagonista. La repetición del nombre de la persona alguna vez amada funciona como mantra de sanación. El acto de llamar a alguien por su nombre es siempre poderoso.

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