Nahuel
Vos sabés que desde siempre utilizo la escritura como una forma de sacarme de encima las emociones que me agobian. Hoy no sé cómo empezar a escribir sobre un rejunte de sentimientos que afloran a borbotones; como si de repente me hubiera convertido en una canilla abierta, las lágrimas salen sin nada que las detenga, y supongo que eso está bien.
Hace ¿seis? ¿siete? meses que vos y yo decidimos separarnos. Fue por las razones correctas y en buenos términos, como todas las rupturas deberían ser. Fue también una decisión que tomamos juntos, aunque las circunstancias fueron extrañas y graciosas, o al menos eso creo yo. Cuando se lo cuento a otros siempre digo que empezó como un chiste y quedó. Con el correr de los días hablamos un poco más sobre las razones detrás de la jodita y nos dimos cuenta de que ambos queríamos cortar, pero no sabíamos exactamente ni cómo ni cuándo, ni si realmente debíamos hacerlo.
A muchas parejas las destruye la rutina. Creo que vos y yo siempre fuimos muy buenos compañeros y la rutina no nos costaba. Lo que nos aniquiló fue otra cosa: olvidarnos del otro, aunque lo teníamos ahí cerquita. Dejamos de buscarnos, dejamos de encontrarnos y también dejamos de preocuparnos. Asumimos más de lo que preguntamos. Dimos por sentado muchas cosas. Yo no recuerdo la última vez que nos besamos. No lo recuerdo ahora y tampoco lo recordé cuando cortamos, por mucho que fuerce mis neuronas a estimular mi memoria.
Nos dijimos que esto no era un final definitivo, sino el final que ambos necesitábamos de momento. No quisimos hacer futurología y coincidimos en que el destino, los hados y la mar en coche podrían cruzar nuestros caminos de manera amorosa una vez más (por qué no), pero que en ese instante separarnos era lo que nos convenía a ambos. Porque no se nos acabó el amor, sino que dejamos de intentarlo. Y el amor que nos teníamos no fue motivo suficiente para probar una vez más.
También dijimos que íbamos a continuar apoyándonos mutuamente, aunque ya no fuéramos novios, una mentira piadosa que ambos afirmamos, aunque no creíamos que fuese posible. Me aferré a esa idea con toda mi fuerza, ¿por qué no podríamos ser amigos si hasta ese momento medio que habíamos sido eso? Con el transcurso de los días y los meses, el último pedazo de afectividad y confianza que nos unía se perdió. Nos dijimos cosas hirientes, que podríamos haber callado, por el simple hecho de molestar al otro. Procesamos todo como mejor pudimos y no siempre lo hicimos bien. Y la esperanza de que pudiésemos encontrar un terreno medio, aunque sea como amigos, también se disolvió.
Un día en el trabajo me preguntaron qué me pasaba y contesté, en un arranque de adultez, que me estaba separando. A mis amigas y a mi mamá les dije “corté con mi novio”. Porque la realidad es que nunca logramos ser pareja, sino dos adolescentes que se enamoraron, se pusieron de novios, eventualmente se mudaron juntos y lograron ser buenos roommates. Nunca logramos ser una familia. No al 100% al menos. Sin embargo, dejarte no solo fue dejarte a vos, sino también a toda tu familia y a tu grupo de amigos. Las películas románticas no te avisan con toda la gente que tenés que cortar al mismo tiempo ni te avisan qué hacer cuando tenés diez años de historia en común que procesar.
Continuamos conviviendo, porque #macrisis, hasta diciembre cuando hiciste el bolso, te fuiste a pasar las fiestas con tu familia y no volviste. Nos vimos un par de veces porque extrañabas a la Gorda, nuestra gata, hablamos por favores, por trámites pendientes y para convenir cuándo dejábamos de convivir en la teoría (porque en la práctica estuve dos meses viviendo sola con tus cosas, las mías y las nuestras), pero no mucho más. En once días cumpliríamos once años. Hoy trasladaste todos tus muebles, me dejaste las llaves y te fuiste. Me quedé con el departamento semivacío, con nuestra gata, con un montón de recuerdos y la grata pero dolorosa sensación de que hicimos lo correcto.
Espero que alguien te haga más feliz de lo que fuiste conmigo, y que nunca tengas que volver a sentirte tan miserable en una relación. Y, mientras escribo esto soltando mil lágrimas, también te suelto a vos, a nuestra relación, a las cosas buenas y a las cosas malas, y pongo el punto definitivo que ambos nos merecemos.
Querido ex novio: así te digo adiós. Que estés bien.
Bio
La carta la escribió Delfina Moreno Della Cecca. Nació en 1991 en Córboba y vivió en Luque, Güemes, Concepción del Uruguay y Buenos Aires. Escribe Cartas sobre cosas que pasan.