Manuel
Hola:
Estoy desde hace unas semanas pensando si escribirte una carta es la opción cobarde o la opción valiente. Pensaba no hacerlo, escudándome en la idea de que es mejor hablar las cosas personalmente, hasta que me di cuenta de que era una manera de dilatar la conversación para siempre. Pensé: antes que nunca mejor ahora, aunque sea a través de un papel imaginario que se va a alejar de mis manos y va a llegar hasta tus ojos con muchos pixeles de distancia. Una carta cobarde, pero una carta real. Gracias a la distancia de los píxeles.
¿Cómo estás?
Empezó el invierno. Ahora que no te marco obsesivamente el paso del tiempo es posible que no te hayas dado cuenta, a pesar de que el día termina a las cinco y media de la tarde, a pesar de que las verdulerías están llenas de mandarinas, de que las calles de Buenos Aires parecen una publicidad de camperas caretas de globitos, a pesar de que se cumple un año desde la última vez que nos vimos. Pero después se me ocurrió que quizás lo sabés, que no sé bien quién sos ahora, que quizás alguna persona nueva te lo cuenta.
Un año ya. Me dieron ganas de decirte cosas. Primero fue una idea, después una necesidad y después una obsesión (¿qué es más urgente, una necesidad o una obsesión?). La cuestión es que, ahora que ya la escribí, la carta directamente me pica. Atrás de la oreja. Me hice una lastimadura de tanto rascarme y me saco la costra, se seca, me vuelve y así. Así que te la mando, la carta, y con eso espero dejarlo atrás, dejar en paz a mi piel, pobrecita, dejarme un poco en paz a mí.
El invierno pasado fue duro. Por vos, por el frío, por la casa que quedó vacía y se hizo tan difícil de calentar. Todas las cosas hicimos juntos y que tuve que hacer sola por primera vez me partieron a la mitad. Tan tremendo, tan una mierda que, hasta el verano, no me di cuenta de que había llegado y pasado la primavera. Sé que salí de casa porque seguí trabajando, porque llegó el calor, cambió el año y mi edad, pasó la Feria del Libro. Exagero (siempre exagero) si digo que estuve anestesiada durante casi un año. Hice todo lo posible para estar anestesiada, usé toda la energía que tenía para diluir la memoria, desarmarla. Creo que si no se la fija en algo concreto no llega a formarse el recuerdo, el dolor se siente menos. Memoria golpeada, medio boba, débil. No volví a pensar en las cosas puntuales, hermosas, particulares, de estar yo con vos, nosotros, eso que ahora no nombra nada. En quiénes éramos juntos y cómo era el mundo. Pensar en eso, su sola existencia en un pasado reciente, solo servía para destruirme un poco. Un día puntual, esa forma de cocinar, esa película que vimos, esa calle que caminamos: todas armas de destrucción. Más de lo que podía soportar.
Me desperté en el otoño, con lo linda que se pone la ciudad en otoño. Salí a caminar de a poco y volví a pensar. Volví a tener ganas de hacer cosas. Voy caminando a la oficina y junto hojas coloridas que se van secando abajo de la pantalla del monitor. Me mudé. La casa fría quedó grande y encontré un lugarcito con muchas ventanas y buena calefacción. Pasaron las estaciones y eso significa que también pasó el tiempo.
Me di cuenta de que, si sobreviví al invierno pasado, este va a pasar también. Que ya no lo espero con miedo, que el frío un poco me estimula. Que me compré una campera sin globitos cancherísima y que aprendí a hacer budín de mandarina (aunque sigo cocinando igual de mal). Que ya no pienso que te perdiste esta historia, que era una gran historia, que nos perdimos algo grande.
¿Viste que después del solsticio del 21 de junio los días empiezan de a poco a ser un poquito más largos?
Bueno, eso mismo.
Te quiero siempre; ahora te quiero lejos.
Juli
Bio
La carta la escribió Julieta Correa (@castorbomba) en 2019. Nació en enero en Buenos Aires. Trabaja, lee, escribe y anda en bicicleta.