Patricio

Patricio: digo tu nombre y tiemblo. Nuestra historia tiñe todo de negro, de negro pinto la sangre y tu memoria. Pasaron más de diez años, pero todavía se me paraliza el corazón cuando creo verte en la calle, en el colectivo. ¿Cuánto se puede romper una persona? 

Escribo esta carta más para mí que para vos, no sé si me animaría a verte otra vez. Me costó tanto dejarte, tanto miedo en silencio. 

No quiero convocarte, pero necesito decir esto bien alto y con la frente erguida, casi como un acto psicomágico: gracias a vos, logré ser quien soy.

Todavía recuerdo con nitidez tus celos incoherentes, las persecuciones, los maltratos. No me asustaban tanto tus gritos, sino el poder de tu mirada silenciosa, enfurecida. No necesitabas hablar para corregir mis pasos. Esa mirada de hielo todavía me acompaña, como una sombra que no puedo borrar. Todo lo que vivimos está presente en mí tanto tiempo después y, aunque parezca una locura lo que digo, te lo agradezco.

No sé si sabías, pero una vez, mientras estábamos juntos, me llamó tu papá para suplicarme que te dejara, no quería ver cómo me arruinabas la vida, tenía miedo de lo que podrías hacerme. Me dijo que lo atormentaba ver cómo habían cambiado mis ojos desde que estábamos juntos. Me habló de un brillo perdido. Es el brillo que se apaga por el miedo al zarpazo que lo arruina todo, por decir algo inconveniente que despierte tu furia o por no encontrar las palabras adecuadas que te dejen tranquilo. Es el brillo que se extingue con el miedo secreto a morir.

Y a pesar de todo, agradezco lo que vivimos, no porque crea que merezcas ningún mérito, no tengo más que repudio hacia tu persona, pero me regalaste una claridad que hasta el momento no conocía. Todo eso que pensé que solo le pasaba a las personas débiles, vino con tu cara enloquecida a demostrarme que no había educación, fiereza ni ingenio que me dejaran fuera de peligro. No hay mejor aprendizaje que el que se vive con la propia carne, en soledad.

Nunca pude contarle a nadie todo lo que viví, cómo me sentí despedazada, sin valor, cómo me sentí literalmente nada. Fuiste la mayor de mis vergüenzas, pero mi mejor escuela. Muy a tu pesar, me dejaste de regalo una habilidad extraordinaria para reconocer espacios abusivos, personas violentas, relaciones tóxicas. Mi alarma interior suena rápido, rapidísimo, está siempre alerta. El miedo, la culpa y el dolor me sirvieron para endurecerme, pero también para entender que puedo ablandarme cuando el otro lo merece. Aprendí a entregarme al amor y a confiar otra vez, a hacerme cargo de mi potencia vital y a enfrentar la vida con una garra que desconocía. Hay algo de ese miedo que no se muere nunca, pero aprendí a usarlo a mi favor.

¿Cuánto se puede romper una persona? Puede parecer irónico, pero ahora, después de pasar por vos, me siento más fuerte que nunca. 

Bio

La carta la escribió Mariana. Nació en 1980, vive en Capital y tiene una librería virtual que se llama Banana Libros.

***

Scroll al inicio