Joaquín
A veces vuelvo al día en que nos separamos, la charla de hora y monedas para que me digas que las cosas ya no funcionaban, que el deseo estaba lejos de esta relación. Recuerdo con precisión el momento en que nos despedimos y la cuadra que corrí, solo para ver cómo te alejabas, la conciencia de que a partir de cierta marca temporal y geográfica dejamos de ser novios. ¿Hubo algún te amo en esa última charla? ¿El último trozo de iceberg que quedaba antes del derrumbe final? ¿El significado que soltó su último haz de luz para después de cuatro años apagarse? El prefijo había cambiado nuestra relación, o la deriva de nuestra relación había creado al prefijo. Ahora éramos ex. ¿En qué momento empezamos a separarnos? Es una pregunta que me hago hasta hoy, ¿qué cosas del desamor había mezcladas confusamente con las del amor y desde cuándo?
La separación fue sorpresiva para ambos. Un mes antes de separarnos ya no discutíamos casi por nada, yo salía todos los fines de semana con mis amigas sin tus reproches que reclamaban atención. Lo que pensé que era un avance terminó siendo señal de otra cosa. Un mes antes de separarnos, tu familia vino por primera vez a pasar las fiestas de fin de año con la mía. Dos semanas antes de separarnos, me hiciste un cumpleaños sorpresa y me regalaste un día de spa que usé para sosegar la tristeza cuando ya no estábamos juntos (qué ironía tanta anticipación). Dos semanas antes de separarnos, insistías con que sacáramos pasajes para irnos a Brasil ese mismo fin de año y recién estábamos en enero. Una semana y media antes de separarnos, nos fuimos de vacaciones a Córdoba. Dos días antes de volver de las vacaciones, en la habitación del hostel de La Cumbrecita me dijiste: “no sé si quiero seguir”. Me pediste una semana para pensarlo.
Un mes antes de nuestra separación los gestos del amor eran grandilocuentes y desmedidos, imposible ver la estela de petróleo envenenando el gigantesco océano o la fuerza, invisible para mí, que hacían tus manos para seguir escalando la montaña de nuestra relación. ¿Me engañaste con tus actos? ¿Eran falsos? Yo creo que me querías, y me querías muchísimo, y preparaste sin saberlo una fiesta de despedida para los dos.
Esos dos días de vacaciones que nos quedaron en La Cumbrecita, después de atravesar la nube negra de la posible separación y de llorar desconsoladamente en la cama, entendí que no había por qué pasarla mal ni odiarnos. Esos dos días fueron un paréntesis robado al huracán del tiempo, una tregua que le dimos al conflicto. Si estos van a ser nuestros últimos días juntos quiero disfrutarlos, pensé. Seguimos paseando y nos reímos mucho, también lloramos y nos abrazamos. Despedimos al muerto y le tiramos flores, nos quedamos contemplando la balsa cuya correa se rompe y se aleja de la costa. Fuimos buenos el uno con el otro, en honor a lo bien que nos quisimos durante todos esos años. A la semana, ya de vuelta en Buenos Aires, nos juntamos y me confirmaste lo que la nube negra había predicho en Córdoba, que se terminaba la relación.
Atravesar la separación fue más difícil de lo que pensaba, los primeros meses me cubría el témpano de la indiferencia y aquel dolor profundo que te petrifica todos los sentimientos. Me tomé las cosas muy en broma y hasta debo haber hecho chistes hirientes sobre vos. Cuando esa corteza se ablandó me sentí sola y angustiada, cosas tuyas seguían apareciendo en mi cuarto de forma inesperada o un amigo de un amigo de Facebook compartía algo sobre vos. La inundación levantaba las napas y salían a la superficie recuerdos enterrados en el fondo de la memoria. La marca que sostenía tu ausencia se repetía en los rulos de otras personas, en lugares a los que fuimos o a los que quisimos ir. Durante ese tiempo la relación se volvió un monstruo abominable que todo lo cooptaba.
Más tarde o más temprano, ya no recuerdo bien, ese animal empezó a calmarse y la respiración cedió a nuevos ritmos, la angustia ya no apresaba el oxígeno que entraba en mi pecho volviéndolo una roca ni pensaba en el tiempo en referencia al pasado. Nuestra relación dejó de ser una anteojera para caballos y en ese momento empecé a escribir los primeros poemas sobre la separación. Sentí alivio. Nunca te los dediqué y ya no pienso en nosotros cuando los leo. Escribirlos fue como abrir un libro con dibujos troquelados y encontrar una altura nueva para mirar y sobrevolar lo que fuimos. Es un acto extraño y mágico cuando el dolor se desprende del sujeto o del vínculo particular que lo causó y se vuelve abstracto y universal y al mismo tiempo más propio. Es mi historia, me digo, y la abrazo como esos libros que te conmueven hasta la médula y te dejan infinitos aprendizajes. La abrazo y la guardo en mi biblioteca.
Luciana
Bio
La carta la escribió Luciana Reif. Nació en Avellaneda en 1990 y publicó Un hogar fuera de mí (Visor, 2018), Premio Loewe a la Creación Joven.
Nota de las editoras
Las poetas que escriben prosa son inconfundibles. La poesía se funde en todo lo que tocan. Esta carta está casi intacta. Si les gustó lo que leyeron, les recomendamos todos los poemarios de Luciana.