Matias

Buenos Aires, 12 de junio de 2019

Querido Mati:

¿Pasaron diez años?

El otro día caminé por la cuadra donde esperábamos el

colectivo sin conocernos todavía, me senté en la

parecita esa, miré el cielo, me acordé.

Pero la primera vez que nos vimos fue arriba del 109 con

ese chico que tocaba el violín. Era cierto, yo miraba tus

ojos, los más verdes que vi, pero no eran tus ojos, era

otra cosa, y la escena fue esa. El chico con un violín

arriba del colectivo que nos dejaba en la misma parada. Y

cada uno caminó hasta su casa, mirándonos de reojo, y

después iban a pasar muchos meses, más de un año, iba a

pasar el verano, vos en el norte con tus amigos a quien

yo todavía no conocía, yo en el sur con ese novio que no

amaba, pero me hacía reír.

Fue esa la primera vez que nos vimos.

Después, íbamos a vernos en esa clase de la facultad, era

un teórico, creo, me acuerdo que el aula estaba llena y

yo estaba sentada en el piso y te vi, y en el recreo

salimos a fumar, te pedí fuego y ahí hablaste. Tenías la

voz grande, eso me pareció, grande y dulce.

El chico del colectivo, pensé. Después te vi los ojos

otra vez, eran tan verdes que creí que no me gustaban.

Pero no eran tus ojos, era otra cosa.

¿Pasaron más de diez años, Mati? Me parece una mentira,

enorme, de esas que contaría un rey.

Es que ayer hablábamos con mis amigas del destino,

cuántas formas tiene el destino de aparecer. ¿Lo seguimos

al destino? ¿Y si se pierde?

Me acuerdo que, cuando nos separamos, yo tenía tanto miedo de

estar perdiendo el destino… Me acuerdo que habíamos

ido al teatro, sí, El pasado es un animal grotesco, esa

obra. Todavía parece un chiste. Y cuando estábamos

cenando te lo dije. No me acuerdo qué palabras usé. Pero

ya habían pasado muchas cosas, el frasco de azúcar lleno

rompiéndose en el piso, las horas llorando en el balcón,

los gritos, la torpeza, el amor eterno, las puertas, los

viajes, el miedo, la impotencia. ¿Fueron cinco años, Mati?

¿Seis? Toda esa vida, toda la vida.

Y después íbamos a vernos a veces para hacer de cuenta

que no pensábamos en volver y era mentira, era la misma

mentira del rey. Pensábamos que no era posible y nos

mentíamos, y dormíamos juntos y me acuerdo lo que era

volver a verte desnudo, ¿cómo es que podía olvidarme con

los años de la forma de tu cuerpo?

Entonces cuando volvías me parecía una aventura hermosa.

Te tocaba la espalda, los hombros. Te miraba a los ojos,

pero no era lo mismo. Teníamos ese miedo. Ese miedo

distinto, ese miedo de haber pasado por un dolor. Es que

yo no sé si supe. Digo, nos separamos y yo me inventé el

amor, ese con el profesor de la facultad, me lo inventé

porque él nunca me miraba a los ojos cuando teníamos sexo

y yo necesitaba irme a un lugar seguro y ahí, donde nadie

me miraba, yo creía que estaba segura.

Me acuerdo, siempre ¿sabés de qué? Del video que grabamos

en Brasil, en la playa, la que tenía esos morros

altísimos, quiero estar con vos toda la vida, te dije. Y

miré a la cámara, esa camarita tuya que llevabas a todos

lados, y ese video existe y esa también soy yo, quizás

por eso te escribo.

Lo que nunca perdí es esa imagen. Estoy sentada en la

piedra (una de las más altas) abajo el mar, celeste,

enorme, inmenso. Te miro a los ojos (a la cámara, atrás

vos, tus ojos) te dije que quería pasar mi vida con vos.

No sé si lo sabías, pero cuando viajábamos vos me

mostrabas el mundo de una forma que nadie me había

mostrado antes. El mundo era mío, yo podía tomarlo como

quisiera. Así de cursi como suena. Pero era cierto.

Todavía lo es. Por eso, en todos los libros que escribo

estás. Por eso vienen conmigo los lagos del sur y las

piedras del mar.

Mati, quiero contarte cosas, quiero que sepas que me

enamoré. Juan es hermoso, pero eso no sé cómo decírtelo,

pero sí, mi hermana me dijo que era parecido a vos, algo

en los gestos me dijo, y yo sentí mucha paz.

A veces, ¿sabés? digo cosas cuando hago chistes y sé que

estoy hablando en un tono parecido al tuyo, ese que

hacías cuando hablabas en norteño: “¡nos vamos pa’

Calingasta!” ¿Te acordás? Y me río, me río como si fuera

una anciana que recuerda algo muy remoto, pero tan vívido.

Es que siempre voy a tener ese amor.

Lo sé. Voy a ser esa que se levantaba con la luz del sol en los

campos del sur, esa que dormía a la intemperie en la

carpa bajo las estrellas. Esa que se bañó en el lago

Queñi, que prendió fuego al costado del volcán, que te

vio nadar como un delfín, esa que tocó todos los árboles.

El sol que rajaba la tierra, el frío de la luna. Mati, te

extrañé mil veces, me arrepentí mil veces.

Ya lo sé, es tonto, pero quiero verte y a la vez tengo

un miedo de no saber cómo actuar. Somos y no somos los

mismos. Pero igual, no importa, en ese misterio del

destino, ahí, estamos los dos.

Bio

La carta la escribió Natalia Romero en 2019. Nació en Bahía Blanca en 1985. Publicó Nací en verano (2014), El otro lado de las cosas, La poesía comor estauración de una voz en la obra de Diana Bellessi (2017), Puede que la muerte mienta (2018), ABC, Mi primera cocina (2018), El principio luminoso (2019), Puede que la muerte mienta + La luz todavía, nueva edición (2022). En 2021 obtuvo la Beca Creación y en 2022, la Beca de Finalización de Proyecto del FNA, para trabajar en su primera novela. Coordina talleres de escritura desde 2015. Dirige Las celebraciones, escuela de artes y escritura.

Nota de las editoras

En la lectura de esta carta, trabajamos como si fuera un texto en prosa para mantener el tono del programa. Sin embargo, ¡sorpresa! Esta carta es un poema. Cuando la releí para esta edición, me acordé del matiz que este poema traía a nuestra investigación sobre el desamor: la certeza de que el amor no se acaba nunca, incluso cuando las parejas se terminan, el amor toma la forma de ese lenguaje privado de los amantes y se escurre en la vida cotidiana. 

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