Rocío
Rocío:
Hace cinco mañanas que pienso en vos. Mi habitación de la llanura no tiene cortinas, así que a las seis ya tengo los ojos abiertos porque el sol pega duro y naranja sobre todas las cosas. La biblioteca de Analía llena de stickers de Bandana es lo primero que veo. Cuatro chicas muy flaquitas sostienen micrófonos. Después veo la cortina de la ducha del baño, con dibujos de estrellas de mar y algunos hipocampos. Nada original. El pelo de Wendy hecha un bollo en el piso, llena de rastas de mugre, mientras hace esos ladriditos de perra vieja que sueña cosas. La alfombrita del escritorio que era rosa y ahora está gris. Los pósters de Vélez Sarsfield y la Brujita Verón. Todo es bastante esperable en esta habitación, en esta casa. Todo menos vos. Cuando vine a quedarme el año pasado vos no estabas en mi cabeza y ahora sos una música de fondo. Me cuesta no pensar en los siete Butter Toffee que nos comimos la última noche cuando me acompañaste a Retiro. El ruido de nuestras camperas de cuero cuando nos besamos y nos dijimos: te quiero, pero no sé, no importa, suerte, qué se yo. Nada dijimos. Lo cierto es que no dijimos nada, pero yo hace cinco mañanas que me despierto y pienso en vos; y, aunque sea el último lugar en el mundo en el que querría clavar bandera, lo único que quiero es hacerme una casita en la terminal cuarenta de Flechabus para vivir todos los días, todo el tiempo ese último momento tuyo, ahí con vos, diciéndonos que sí, pero que no y chapando como dos focas trastornadas. Cuando pienso en vos no puedo moverme. La cama de una plaza tampoco ayuda. Pienso que estaríamos los dos incómodos acá y esa sensación me genera naúseas, las ganas de vomitar pueden ser ansiedad también, ¿sabías? Muchas ganas de ver a alguien también pueden convertirse en malestar. Ah, pero un malestar divino, Rocío. En La Pampa hay mucho rocío, sobre todo a las seis de la mañana. En las hojas del árbol de paltas, en el crisantemo, en la estrella federal y en mi cabeza de idiota.
Quiero decirte lo linda que sos para que te sonrojes y mires para abajo, me mires los pies, cambies de tema y que terminemos hablando de marcas de zapatillas. No soy bueno escribiendo cartas, el principio no es claro, lo del medio tampoco.
Perdón por salir corriendo asustado, corriendo asustado se llama la canción favorita de un músico norteamericano que se hizo tan famoso que no aguantó y se clavó un cuchillo en el pecho mientras discutía con su novia en su casita de Oregon. Cada vez que escuchaba los primeros acordes de la canción de Roy Orbison, a este músico se le mezclaba la realidad con la fantasía y tenía que salir corriendo de verdad. Correr correr. Perdía el borde, la noción de lo que realmente está y lo que se imagina. Perdoname por haber salido corriendo, perdoname por ser un loco. Nunca voy a ser normal, pero igualmente puedo quererte, entonces, te quiero.
Acá ya arrancó el día. Te mando un beso en la boca cargado de saliva. Desde acá te toco el pelo, el ombligo, las orejas. Te alzo. Te llevo en la espalda. Te hago desaparecer.
N.
Bio
La carta la escribió Camila Fabbri en 2019. Vive en Buenos Aires y es escritora, directora y dramaturga. Publicó «Los accidentes» (Emecé-Notanpuan).
Nota de las editoras
Mientras editamos esta carta, no nos dimos cuenta que el nombre “Rocío” ya se había usado antes en el capítulo 12. Nos dimos cuenta cuando la carta ya estaba grabada, pero decidimos retrasar la publicación hasta el lunes, porque hablamos con la autora para ver si podíamos cambiarlo.
En el medio de la conversación, nos dimos cuenta que el cambio era imposible porque “En La Pampa hay mucho rocío, sobre todo a las seis de la mañana. En las hojas del árbol de paltas, en el crisantemo, en la estrella federal y en mi cabeza de idiota”, así que definimos que haya dos Rocíos. El amor, a veces de forma un poco traicionera, nos repite los nombres en la vida y en las cartas también.