Bruno
Hola.
Te escribo porque apareciste en todos los sueños de esta semana. Antes aparecías cada tanto, una vez por mes, o dos, o tres. Pero ahora ya me siento invadida. Además, imagino que habrás tenido otras novias después de mí, en cuyos sueños también podrás repartir tus apariciones nocturnas.
No te veo desde hace años, desde ese día horrible en que terminaste todo. Me até las manos para no volver a escribirte. Vivo con las manos atadas. Pero ahora que te veo todas las noches no puedo aguantarme más. Encima el otro día vi en Facebook que andás de novio. Me dolió. Y en vez de dejarme en paz volviste a aparecer en mis sueños. A veces solo, a veces con ella. A veces, cuando ella se va, me decís que querés volver conmigo. Y yo te digo que sí, siempre te digo que sí. Pero después desaparecés, siempre desapareciste.
Nunca me das tiempo para decirte todo lo que quiero: que después de ocho años sigo pensando en vos, que cada vez que paso por tu casa se me acelera el corazón, que si no estoy arreglada cruzo la calle y que si te viera no sabría qué decirte. Probablemente balbucearía algo incómodo de lo que me arrepentiría ocho años después.
También te diría que cambié mucho. Que ya no escucho exclusivamente Arctic Monkeys, que ahora me gustan mucho esas banditas nuevas con nombres raros y largos, que empecé a estudiar teatro e intento escribir poesía. Además, desde que cortamos, empecé a correr, corrí una maratón, pero después dejé. También empecé y dejé fútbol, y empecé y dejé y volví a empezar spinning. Tomo mate y abandoné la Coca. Ahora me banco los helados de agua (esos que siempre dije que no eran helados) y mi gusto preferido es el pistacho.
También te contaría que se murió Oli, mi perrita cocker que tanto te gustaba, y ahora tengo un labrador marrón. Que en estos años me volví esa gente fanática de Friends que solíamos odiar. Que mi insulto de cabecera dejó de ser “la concha del pato” —cómo me odiabas cada vez que lo decía—, que me volví recontra feminista y ya no vivo a dieta. Que dejé de ir tanto al cine porque es cada vez más caro y yo tengo cada vez menos plata, y que miro mucho Netflix.
Ni existía Netflix cuando salíamos. Íbamos a ese videoclub que ya no existe a alquilar esos DVD’s que siempre estaban rayados en alguna parte. Me acuerdo que, cuando se cortaba la película, especulábamos con cómo iba a terminar. Inventábamos finales bizarros en los que incluíamos a personajes de otras historias o en los que el protagonista se trasladaba a otras películas. El final más choto que a vos más te gustaba pronosticar, tal vez porque sabías que a mí me parecía malísimo, era que había sido todo un sueño.
¿Mirá si una noche nos quedamos dormidos, hartos de esperar que vuelva a funcionar un DVD rayado, y me doy cuenta de que todo esto es un sueño, me doy vuelta y estás ahí, durmiendo al lado mío? Hoy ese sería mi final preferido de nuestra película rayada.
Bio
La carta la escribió Victoria T. en 2019. Es socióloga, periodista y actualmente se dedica a la creación de contenidos digitales. Pueden consultar su trabajo acá.