Federico
Querido Fede:
El último día que nos vimos también caían las hojas de los árboles. Vos, como un gigante, en el descanso de la escalera y yo, unos escalones más abajo, es la imagen más nítida que tengo de ese día. Siempre fuiste grande para mí, tus brazos fueron esas hamacas paraguayas en las cuales me tiré y me lancé al vacío, el amor es una caída libre infinita.
Cuando llegué a casa, con la valija y las cajas, lloré; armé un cuenco con las manos, una especie de fuente improvisada y sincera. Me acuerdo de esa vez que lloramos juntos en la cocina de nuestra casa; me abrazaste y me dijiste que habías soñado con tu mamá, le mostrabas el departamento y le contabas de mí. Nuestros llantos fueron nuestras marcas de guerra y cercanía.
No hay nada más feo en el mundo que despedirse de alguien que uno ama, no hay nada que repare ese momento, ni curitas ni gomitas de colores que alivianen al cuerpo. Pero sí lo hacen más fuerte, como si fuésemos Juana de Arco en la hoguera y el fuego nos quemara y protegiera al mismo tiempo.
Ahora el otoño volvió a dar la vuelta, ya no te extraño ni siento que el vidrio corta con apenas tocarlo; hace unos días te abracé en sueños y te dije al oído que no me arrepiento de nada y que te agradezco por todo lo que vivimos juntos. Como esos animalitos que se abrazan y se besan sin pedir nada a cambio, eso fue lo que hicimos. Una ofrenda al cielo de cada uno de nosotros, un regalo y un presagio de que podemos construir todo lo que deseamos.
Hoy sonrío y abrazo a otro sin miedo ni dudas. Recuerdo tu mano, ese gesto de montoncito señalando el corazón y tu boca diciendo que tenga fe. Eso me diste, Fede, una confianza inmensa en mí mismo. Como esa primera vez que nos vimos, ese acto iniciático de algo nuevo que fui develando con vos. Nunca supe si querías lo mismo o simplemente abrazaste la idea y dejaste que todo pasara.
No hay nada más feo en el mundo que despedirse de alguien que uno ama, pero lo que no sabía en ese momento es que todo ese amor se vuelve monedas de oro. Sos uno de mis mayores tesoros, esos que contemplo con la mirada asombrosa de un chico. Ningún barco pirata ni un ladrón de banco podría robarlo porque hicimos del amor un fuego y una caricia.
Si nuestra relación fuese un mapa, lo tendría guardado en el fondo del corazón, al lado de todo lo que quiero repetir de nosotros y de lo que no. Un poco de eso se trata el amor, una enseñanza que llega, que no se busca, pero que te golpea como un salpicón de agua fría en la cara y un beso en la orilla del mar.
Hasta siempre, Fede.
Gabriel
Bio
La carta la escribió Gabriel Balmaceda (@balmaboy) en 2019. Vive en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y publicó El buen devoto (El ojo de mármol ediciones, 2017)