Gonzalo
Querido Gonzalo:
Disculpame que te escriba de noche, pero se me llenó de recuerdos la garganta cuando abrí el cajón del placard y vi que dejaste la bufanda que te regalé. Sé que te encantaba ese cuadrille para envolverte el cuello y seguir pareciendo un nostálgico adolescente postpunk. También recordé todas las remeras de Fun People que te compré, pero de esas no dejaste ni una.
Mi garganta se desmorona en llanto y culpa al recuerdo de la anemia en forma de besos que nos dimos el último año. Sé que también fui partícipe de haber convertido nuestra relación en un Bubbaloo de tutti-frutti sin sabor y de esos «te amo» que finalizaban cualquiera de nuestras charlas poco comprometidas por WhatsApp.
El nudo en la garganta se va poniendo más tieso cuando me acuerdo de que me fui al patio a tranquilizar a Palta mientras cargabas las cosas en el auto porque no quería que malinterpretara una mudanza: no era nuestra, era solo tuya.
Se me hizo difícil educar a esta perra que me permitiste adoptar, a pesar de que no te gustaban los animales. Pero sé que ella pudo conquistar un pequeño lugar en tu corazón. El día que te fuiste te esperó toda la noche. Estaba tendida sobre la cama, con el hocico envuelto en las sábanas. Se entusiasmaba cada vez que escuchaba el ruido de los autos sobre el canto rodado del pasillo de la casa, pegaba un salto de acróbata y corría hacia la puerta. Volvía con paso firme y se tiraba de nuevo en la cama, pero aun así miraba la puerta sin perder las esperanzas. Palta es perceptiva y sabe que estoy llorando, no le gusta. Palta es como vos, no sabe qué decir o cómo actuar cuando otro está en crisis. Ese día, después de bañarme, Palta esperó firme en la puerta del baño. Sabe que lloré en la ducha y me acompaña con la mirada. A Palta no le gusta que esté triste, la descoloca. Creo que debería enseñarle nuevos modales, que aprenda a ofrecerme un té cuando así lo necesite, que me abrace con las patas a la noche, que me ofrezca servilletas de papel cuando los mocos no me dejan respirar, que controle cuántos puchos me fumé y que esconda la caja cuando crea que ya es suficiente, que me obligue a salir de la cama y que ponga de excusa su paseo para distraerme. Que sepa armar una playlist en Spotify de música divertida y deje de lado el CD de Marilina Bertoldi que me hace llorar y que me recuerda todo lo dañada que estoy.
Anoche me dediqué a ordenar los espacios vacíos que me dejaste y que también dejaste en el placard. Agarré la bufanda y la puse sobre la caja que te estoy preparando, esa que me dijiste que va a venir a buscar tu papá. Ayer me animé a contarle a Palta que ya no vas a volver, que no se siente a esperar, que esa caja es para vos, y vi cómo, en un acto de picardía, arrastraba la bufanda y salía corriendo al patio. Me puse a ver qué hacía con ella, de seguro todo lo que alguna vez hizo con tus medias, con la desfachatez para reclamar atención a la que esta cachorra nos tenía acostumbrados. Tal vez sea porque no fuimos tan hábiles como Palta y nos dejamos vencer por la angustia cotidiana y nos olvidamos de llamarnos la atención. Tal vez por eso estoy llorando. No te preocupes porque lloro. Sigo de pie. Lloro porque Palta te extraña, así como sé que te extraño yo.
Bio
La carta la escribió Patricia Walter (@patty_mayonn) en 2019. Vive en San Miguel.