Pedro

Te debés estar preguntando ahora mismo por qué te mando esta carta. Es que se me dio por ordenar cajas y en el revuelo me sorprendieron algunos objetos familiares, pero tan lejanos que me agitaron un poco. Nada misterioso: fotos, souvenirs, dedicatorias, avioncitos de papel. De pronto se me vinieron nuestros años juntos encima. No me pareció justo dejarlos pasar así como así. Y decidí escribirte.

Miro esta foto que te imprimí y aunque la copia no es buena, la miro una y otra vez y estoy casi convencida de que hubiéramos sido felices por toda la eternidad. Me detengo nada más que en el color que tenemos en la foto, hubiera sido inoportuno predecir nuestro final en aquel momento. Porque, si bien suena ingenuo, todavía creía que era posible que si íbamos hilvanando vacaciones, hasta podíamos sobrellevar el resto del año. Es una selfie, mirala. Nadie las llamaba así todavía, pero igual la tomamos y es real, existe este recorte del pasado.

En pos del clasicismo que supimos tener, se podría decir que fue una literal toma de riesgo. No sé cómo decírtelo, pero me conmueve y un poco quisiera volver a la foto. Verano, risas, miradas cómplices y tiempo, sobre todo tiempo juntos. Es una cagada porque si recuerdo demasiado esas mismas vacaciones también llegan otras imágenes y ahí viene el tembleque. Ahora justo ahora pienso en vos y sé que puedo alojar las dos cosas: te añoro y te odio. Añoro cuando eras Pe, cuando mi amor podía meterle una melodía a dos letras y te llamaba como cantando. Después, cuando sobrevenía el odio y te llamaba Pedro, tu nombre se transformaba en un puñal tan afilado que te traspasaba. Quizá hoy sea la última vez que te escriba de este modo visceral, justo acá, en este papel, porque es posible que sea el mejor territorio en el que nos pudimos decir ciertas cosas. ¿Hasta dónde puede llegar el blanqueo de algunas cuestiones? Si en algún momento te dije muchas palabras lastimosas, las debo haber creído necesarias para matarte de a poquito, para que a medida que la distancia se iba haciendo abismo, vos desesperaras por perderme. Pero también era necesario que vos me vieras sufrir de amor porque me daba un protagónico luctuoso, escenografía pura. Todo el desamor proporcional a la ira.

Releo y entiendo que no hay amor en estas palabras que escribo y sin embargo no puedo dejar de llorar. El amor era eterno y era bello y me susurraba al pasar. Es una línea de alguna canción que escuché durante muchos años y que ahora flamea deshilachada. O que se desgranó como comenzó a suceder aquel verano con esa inmensidad de arena que caía caliente al mar o que se alzaba suspendida al ras de la playa. 

Si hay foto no fue un espejismo, me repito, pero no sé si alcanza con esa evidencia. En alguna otra dimensión nada de esto es real, ni la foto, ni vos, ni yo, mucho menos esta carta. Creo que prefiero verme intermitente entre la añoranza y el odio, aunque hoy te escribo para deshacer algo que hay dentro de mí. En esto vos alcanzás el grado de excusa. Al final nadie es tan importante. Y estas palabras podrían ser algo tan sencillo como una receta para una fogata.

Bio

La carta la escribió Carina Burcatt en 2019. Vive en La Plata. 

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