Carola

Te comento, hermosa, si todavía tenés energías para escucharme despotricar, que hoy me acordé de vos. La semana pasada me acordé de vos. Ayer no, y es probable que mañana tampoco, pero hoy me acordé de vos y me pregunté si todavía te acordarás de mí.

Me diste escalofríos imposibles en medio del verano porteño. Trotaste hacia mí, como si supieses, que las horas estaban contadas. Buscaste en mis ojos la confirmación de tus presentimientos y estaba ahí, por supuesto que estaba ahí en primer plano. Me diste un beso y no había más qué decir. Llegué a casa esa tarde queriendo gritar y que todos me oyeran. Gritar que nunca me había sentido más fuerte que al recorrer las calles de la capital de tu mano. Lejos de casa, lejos del miedo, devolviendo miradas desafiantes a cada uno que se atreviera a mirarnos con asco y con desdén. Te pediste un café asquerosamente dulce. Me dijiste que te sentías contenida. Me miraste con intriga. Me dejaste entrar a tu laberinto sin pagar entrada.

Me enrosqué como una crisálida a tu lado mientras hacías que las canciones que la radio había arruinado sonaran como un encantamiento: una poción de tu voz, tus ojos entrecerrados y tus dedos en las cuerdas del ukelele. Me seguiste al balcón, donde yo me maravillaba con las luces de todos colores, con los autos correteando hasta el horizonte como hormigas incandescentes. ¿Te acordás cuando todavía me dejaba sorprender?

No iba a poder dormir. No iba a poder dormir sin tocarte cuando estabas tan presente y tan real, y te me ibas acercando con curiosidad. Me encanta que la curiosidad sea el motor que te lleva a todos lados. Te apuesto a que no sabías que las hormigas cargan hasta diez veces su peso. Te apuesto a que no sabías que todo era nuevo para mí. Podría haberme escondido con cualquiera en ese baño minúsculo, intentando en vano no hacer ningún ruido, pero te elegí a vos. 

Te escribí más poemas que a nadie y terminaron casi todos en la basura. Nada que pudiera escribir me iba a recordar tu sonrisa tal cual es, tal como me daba vuelta las entrañas cuando me agarraba desprevenida. Me venía preguntando cuándo fue que no te abracé con suficiente fuerza, cuándo fue que te miré con algo menos que devoción, cuándo me quedé con alguna parte de mí que te podría haber dado. Sé ahora que nunca lo hice y no puedo seguir adjudicándome culpas. Sé que vos viste también cómo se detuvo el tiempo cuando te di un beso en medio del recital. Cuando la que era mi banda favorita, desde cuando aún no sabía que existías, puso una bandera de arcoíris de fondo para decir que estamos mejor cuando amamos a alguien. 

Escuchá, si todavía tenés curiosidad: el veranito de San Juan son esos días a fines de junio donde*, de un día para el otro, empieza a hacer un calor primaveral a pesar de ser pleno invierno. Te despertás y te confunde que haya tanta luz, salís de tu casa y volvés a entrar para deshacerte de un par de abrigos. Me hubiese gustado decirte que eso eras para mí, que me hiciste sentir de todo cuando pensé que ya no iba a sentir nunca más nada, que me diste algo en qué pensar cuando todo parecía ir en caída libre. Perdón si te dije que perderte era solo una bolsa de basura más en el vertedero que era mi vida. No sos un problema, nunca lo fuiste. El invierno siempre vuelve con más fuerza después del calor y no se puede culpar al viento del norte por disiparse cuando no puede hacer otra cosa.

A veces me sentía aliviada por el brillo de tu juventud. Nada te resulta estático, vivís enojada con la imposibilidad de cambiar todo lo que está mal en el mundo con tus propias manos. Te aburrís y te arrepentís y tanteás y te avergonzás. No tenés nada que perder, porque el tiempo que tenés adelante es ínfimo e infinito al mismo tiempo. Siempre me dijiste que no parecía solo un año el que nos separaba. Que éramos de generaciones diferentes, de planetas que giraban en direcciones opuestas. No es el tiempo, hermosa, es la memoria. La tristeza sostenida te puede hacer recordar vívidamente escenas de los días en los que todavía nada dolía. Los programas de televisión, las noticias irrelevantes, las cosas que aprendía en la escuela, en qué lugar leí cada libro que leí y cómo me hicieron sentir. Un alma sana se desprende de lo innecesario para acercarse más a creer que quizás, solo quizás, estos sí sean los años más felices de nuestras vidas. ¿Cómo te olvidaste de que a Steve Irwin lo atravesó una mantarraya?

Espero que no me hayas arrancado de vos, sino que estés dejando que el recuerdo de nuestros días bajo el sol y la lluvia se lave de a poco como una mancha de tintura. Algún día te vas a olvidar completamente de mí y ya no me duele saberlo. Sé que vos vas a quedar en mí, en mi recorte de recuerdos que funciona de forma tan extraña. Se van a ir borrando las cosas importantes, pero lo más pequeño de todo va a quedar tatuado en mis pupilas. Como cuando una tarde de abril te rocé la nuca con los dedos y se te detuvo el habla. Te temblaron los párpados, entrecerraste los labios y tu cabeza persiguió mis caricias como un gato de la calle que nunca antes se dejó acariciar. Como la fosforescencia de cada sonrisa: las falsas, las verdaderas, las que se te escapaban pensando en cualquier cosa.

No sé por qué alguna vez deseé que nadie te amase así nunca más, nunca fue en serio. Ojalá toda persona que conozcas te ame, te ame con esa fuerza y te haga sentir el centro y la luz de todo el universo. Lo merecés. Todo te merecés.

Eso fue lo que te quise decir hoy cuando me acordé de vos.

Nada, te comento.

Correcciones

* En el audio dice “donde”, en el original «en los que». Lo correcto sería «en los que», porque es una marca temporal, no espacial.

Bio

La carta la escribió Regina Franic Brosz (@r.es.h) en 2017. 

Nota de las editoras

Esta fue la primera carta que leí para 40cartas, con esta me enamoré del proyecto.  El veranito de San Juan me pone la piel de gallina. Fede se la había pedido a Regina y la tenía guardada. Fue la primera carta que editamos juntas con Bian. Ahí nos dimos cuenta de que este proyecto iba a ser un éxito. 

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