Ana
Querida Ana:
En primer lugar, quiero decirte que tu nombre siempre me pareció ficticio, como las enfermedades que le inventaba a mi tío para evitar ir a lugares a los que no quería. “Ana” me remite a una palabra que adentro suyo condensa otros nombres que uno no se anima a decir. Sé que esto no tiene por qué importarte, pero ya me conocés: soy fanático de empezar por lo intrascendente.
Es raro escribirte porque no sé si esta es una carta de amor, o de desamistad, o de ninguna de esas dos cosas. Ni vos ni yo somos buenos con las identidades. Me acuerdo de los frascos en tu cocina: todos los que tenían una etiqueta estaban vacíos. En cambio, los frascos de café reciclados o las latas de galletitas contenían especias sin rotular. ¿No somos un poco eso, nosotros dos? Es complicado querer hablarte ahora que pasó el tiempo, porque ya no sé cuál de todas las versiones mentales que construí sobre vos es la que más se acerca a la persona que agarra este papel.
El otro día me vino a la cabeza la vez que te acompañé al subte y debería haberte besado, pero no lo hice. Lo peor es que me di cuenta cuando vos, meses después, me lo marcaste como algo gracioso. Después de eso construimos sobre un material irregular algo que, visto a la distancia, puede ser tierno o inconsistente. ¿Te acordás de las horas* que gastamos hablando sobre cómo ser mejores personas? Sé que en un primer momento pensábamos que charlábamos tanto porque teníamos miedo a besarnos. Ahora creo que no fue tan así. En fin, ojalá sigas dedicando un rato en todas tus reuniones a hablar de eso, yo lo intento aunque cada vez me cueste más.
Siempre que pienso en vos –ojo, no te asustes: sucede de manera esporádica y sin control, como un hipo que se me pasa rápido cuando me asustan–, siento que no teníamos las herramientas que tenemos ahora para actuar sobre algunas circunstancias y que la distancia que terminó reinando entre nosotros fue la forma menos dolorosa de darnos cuenta de eso. Perdón por la falta de riesgos que me caracteriza, pero sigo pensando que salir con el menor daño posible es una oferta difícil de rechazar, más en los tiempos que corren.
Si seguiste leyendo esta carta hasta acá, sé que no es por el cariño que puedas tenerme, sino por tu constancia de seguir las cosas hasta el final, aunque no sepas bien a dónde vas. El problema con eso, que podría ser visto como un elogio, es que siempre lo quisiste hacer sola. En estos años en los que prácticamente no hablamos, yo aprendí muchas cosas nuevas y quiero compartirte una que me parece que te puede servir: se puede estar desorientado y en compañía al mismo tiempo. Al igual que las mascotas del barrio que se asustan con los fuegos artificiales y escapan, vos siempre tendías a irte cuando los demás nos distraíamos. Espero que hayas aprendido a confiar en alguien lo suficiente para que, cuando llegue el miedo, no huyas, sino que puedas enfrentarlo utilizando un vínculo como arma. Ya sabés, sin importar las etiquetas.
Ana, no te quiero robar más tiempo. Voy a seguir envejeciendo y creo que no voy a poder clasificar nuestra relación.
Brindo por eso.
Gus.
Correcciones
*En el original, “Te acordas las horas”. El verbo “Acordarse” cuando refiere a tener presente algo en la memoria, se construye con la preposición “de”. En la lengua oral suele omitirse.
Bio
La carta la escribió Gustavo Yuste (@gustavoyuste) en 2019. Es autor de seis libros de poesía entre los que se encuentran La felicidad no es un lugar (Santos Locos, 2020) y Accidentes del ánimo (Santos Locos, 2021). Al mes del estreno de este capítulo, se publicó su primera novela, Personas que lloran en sus cumpleaños (Paisanita Editorial, 2019). En 2023 salió publicada por Penguin Random House su segunda novela, Turistas perdidos.