Rocío
Claro que no tuvimos esta conversación en su momento, pero hubiera sido genial tenerla.
O… no, no, por ahí es mejor que no haya sido así. En todo caso, a ver si te acordás: era la primera vez que nos sentábamos en tu patio de adelante. Qué curioso, vos habías vivido toda tu vida enfrente de la casa del que era mi mejor amigo, pero a vos te conocí justo después de que nos peleamos irreversiblemente. Para mí era una ironía deliciosa estar sentado con vos, en ojotas y en una silleta, a las ocho de la noche, mirando el departamento donde vivía un tipo cuya presencia yo no aguantaba.
Pero tampoco lo miraba tanto. Te miraba a vos, más bien, en ese metejón cósmico que tenía con tu vestidito negro. Yo tenía un Nokia tres mil no sé cuánto que sacaba unas fotos en 5 megapíxeles que en ese momento eran un lujo de puta madre. La iluminación era pésima y mi talento como fotógrafo es comparable al de un pingüino, pero tuve a bien sacar cinco fotos esa noche: una es tuya leyendo una carta que yo te había escrito, otra es de mi mano sosteniendo una copita de plástico llena de cerveza, otra es de tu perro Pancho (espero que esté bien, me muero si a Pancho le pasa algo) y hay otras dos que no me acuerdo. Si reviso bien, en alguna carpeta perdida en el fondo de una computadora vieja, capaz las encuentro. Gracias Turing por no dejarnos olvidar nada. Tu vestidito negro cifrado en bits para la posteridad.
Lo que quiero decir a propósito de esa noche memorable (por lo sencilla, tampoco es que nos desvivimos en éxtasis) es que era feliz. Y podría haberte dicho la siguiente gansada: “Estuve pensando y estoy feliz, ¿vos decís que esto es la felicidad?”. No sé qué me hubieras respondido. (Creo que no mucho. Después te empezaste a plantear esas cosas, pero en ese momento no lo hacías tan seguido. Van a hacer tres años que no nos vemos y no seguí el derrotero de nuestras preguntas irresueltas, ya perdí la cuenta o las reemplacé. Ahora tengo otras más jugadas, como si tuviera un nuevo álbum de figuritas). En todo caso, no quería molestarte porque estabas leyendo esa carta.
Algo que recuerdo patente es que cuando terminaste de leer la carta me abrazaste y no dijiste nada. Indicio, quizás, de que hacer esa pregunta hubiera sido realmente inapropiado.
Estoy hecho de sencillos homenajes a gente que alguna vez me hizo sentir bien. Aunque cambié muchas cosas, eso no cambió. Cada tanto recuerdo esas postales fugaces. El otro día leí a un tipo que decía que «el pasado es eso que ocurrió una sola vez y no cesa de acumular escombros». Yo cada tanto vuelvo a esos escombros que son esas postales fugaces y me gustaría, cómo me gustaría, que tuvieran una resolución mayor que cinco megapíxeles. O, mejor, que no tuvieran una resolución, sino que fueran recuerdos palpables, re-vivibles, como meterse en un pensadero o servirse otra vez cerveza en una copita de plástico.
Bio
La carta la escribió Patricio (@sandiaconqueso) en 2019. Podés leerlo acá
Nota de las editoras
La carta dice “Para mí era una ironía deliciosa estar sentado con vos, en ojotas y en una silleta, a las ocho de la noche, mirando el departamento donde vivía un tipo cuya presencia yo no aguantaba”. Cuando recibimos la carta, silleta nos hizo ruido: pensamos que era un error de tipeo. Pero Patricio nos explicó que así se le decía en Tucumán a las reposeras. Elegimos, junto al autor, dejarla porque nos parece valioso que podamos escuchar diferentes variedades del castellano <3