Alejandro

Querido:

Del club te trajeron una medalla honorífica. Por la carrera a río abierto en la que te lesionaste y no llegaste a la meta. Dicen que habrías ganado.

Llamaron por teléfono el martes y avisaron que iba a venir un chico. Yo les dije lo que ya sabían, que estabas en el hospital, en una habitación aislada, que ni los parientes te podían visitar y que esperaran a que te repusieras, pero me dijeron que igual tenían que hacerlo porque había que cerrar no sé qué balance. 

Entré en la página de Facebook del club. Hay nombres que escuchás mil veces hasta que te dicen algo. Es como con los colibríes que a la primera pasada no los ves. Te había oído hablar de ese nadador muy bueno al que le falta una pierna, de cuando fueron con el club a Las Toninas y tuvieron que dormir amontonados porque en el hotel habían hecho mal las reservas, del que organiza todo solo porque tiene una polenta bárbara. De ese, de Andrés, el chico que es muy responsable. Ahora imagino el vértigo pajero de tu transgresión cada vez que te referías a él con un rodeo o lo nombrabas apuradito, “Andrés”, como al pasar, en medio de otro tema.

Vino ayer, con la medalla. Cuando sabés qué está buscando el otro todo es más fácil. Podés desentenderte, mirar lo que te interesa a vos y hacerle de guía. Lo dejé mirar todo. Le conté que no podés ir al baño solo. Después, lo llevé a la pieza y le mostré el medallero completo. “Dejala por ahí nomás, que él las va a ordenar. Se pasa los domingos lustrándolas y colgándolas por orden de importancia. Le da bronca si a alguna se le salta un poco el dorado de fantasía”. Ni me escuchó. Se le llenaban los ojos de lágrimas y no disimulaba ni un poquito. Será un descuido típico de gente que vive en el agua.

Cuando se fue me puse a mirar fotos. Hay cientos de fotos, en tu Facebook, en el de él, en el del club, en el cajoncito de arriba del ropero donde guardás juguetes que yo no conocía. Hay que ver la forma en que se buscan en cada foto. Siempre dejan que haya alguien en el medio, separándolos apenas, interponiéndose. Son patos criollos, creyendo que se mueven con gracia entre dos mundos. Las fotos lo muestran clarito. Vos estirás una mano que lo toca por la espalda, donde la cámara no llega y él te mira como a James Bond.  Nunca te voy a poder mirar así, nunca lo hice y para empezar es mal momento. No es que no me diera cuenta de que querías eso, es que pensé que si te lo daba ibas a terminar de volverte un pelotudo*. Póstuma alegría de tu madre. 

A veces viene bien que tu marido esté internado. Te da tiempo para mirar fotos con calma y repasar en qué te convertiste, qué falta al otro lado de la cama o qué venía sobrando. 

Ese chico es para vos. No te lo pierdas. Es justo lo que creés que necesitás: alguien que valore tus esfuerzos. Y elegiste bien. Para un nadador no hay nada mejor que otro nadador. Estando juntos se pueden perfeccionar en el arte de no dar nada. Y juntar medallas. Por ahí, hasta aprenden a no salpicar a los demás. No lo lastimes. Ni le des mucha importancia a la desgracia de que le falta una gamba. Vos sos mucho más viejo. Tu esfuerzo también tiene mérito.

                                                                      Aguas mansas, nadador. 

                                                                                                                                                                                                                                                                      Diego.

Correcciones

* En la grabación dice “es que pensé que si te lo daba terminabas de volverte un pelotudo”

Bio

La carta la escribió Fernando Lanza en 2018. Vive en La Plata. Publicó Hay una vieja que te vuelve Alberto (Fantasma, 2016) y Febo asoma, punto y coma: Los próceres mueren como moscas (Maten al Mensajero, 2016). En 2020 participó de Claraboya con una carta para Isabel, su vecina.

Nota de las editoras

Diego nos mandó una carta ficticia. Algunas cartas no tuvieron una historia en el mundo real que las justifique, pero ¿hay algo más real que la literatura? 

Como la carta de Diego no trabajaba sobre una historia personal, además del trabajo sobre el estilo, le pedimos algunos cambios estructurales. 

La edición estuvo puesta en condensar la información y sostener el ritmo para volver más poderoso ese lenguaje poético que la carta ya tenía. Uno de los desafíos en la edición de cartas es poder dejar entrar al lector, pero no dar información de más, porque el lector/oyente es un voyeur, no es el receptor principal. Entonces, para que una carta funcione: eludir, mostrar, contar menos y confiar en que lo que se insinúa va a generar un espacio lo suficientemente misterioso pero delimitado como para acoger al lector. 

Esta es la primera versión que recibimos de la carta: 

Querido

   Del club te trajeron una medalla honorífica. Por la carrera de río abierto en la que te lesionaste y no llegaste a la meta. Dicen que habrías ganado.

 Llamaron por teléfono el martes y avisaron que iba a venir una chica. Yo les dije lo que ya sabían, que estabas en el hospital, en habitación aislada, que ni los parientes te podían visitar y que esperaran a que te repusieras pero me dijeron que igual tenían que hacerlo porque había que cerrar no sé qué balance. ¿Qué balance sería ese, de medallas? Entré en la página de Facebook del club. Hay nombres que escuchás mil veces hasta que te dicen algo. Es como con los colibríes que a la primera pasada no los ves. Te había oído hablar de esa nadadora muy buena a la que le falta una pierna, de cuando fueron con el club a Las Toninas y tuvieron que dormir amontonados porque en el hotel habían hecho mal las reservas, de la que organizaba todo, porque tenía una polenta bárbara. De esa, de Sofía, pero no había juntado las historias en una. Ahora imagino el vértigo pajero de tu transgresión cada vez que me la nombrabas. Sofía, apuradito, como al pasar, en medio de otro tema.

  Se ve que a ella también le gusta ese juego. Vino. Cuando sabés qué está buscando el otro hasta te da un poco de bronca seguirle el apunte. La dejé mirar todo. Le conté que tienen que ponerte la chata. Después, la llevé a la pieza y le mostré el medallero completo. Dejala por ahí nomás, que él las va a ordenar. Se pasa los domingos lustrándolas y colgándolas por orden de importancia. Le da bronca si a alguna se le salta un poco el dorado de fantasía. Ni me escuchó. Se le llenaban los ojos de lágrimas. Esa chica te idolatra. ¡Qué par! Son el uno para el otro.

 Cuando se fue me puse a mirar fotos. Hay cientos de fotos, en tu Facebook, en el de ella, en el del club, en el cajoncito de arriba del ropero donde guardas los forros. Hay que ver la forma en que se buscan en cada foto. Nunca están a más de una persona de distancia. Siempre hay alguien en el medio, separándolos apenas, interponiéndose. Vos estirás una mano que la toca por la espalda, donde la foto no llega y ella te mira como a James Bond. Yo nunca te voy a poder mirar así, nunca lo hice y para empezar es mal momento. No es que no me diera cuenta de que querías eso, es que pensé que si te lo daba terminabas de volverte un pelotudo. Como quería tu vieja. ¡Cuántos recuerdos! A veces viene bien que tu marido esté internado. A veces conviene mirar fotos. En fin, que esa chica, Esther Williams, es para vos. Es justo, justo, lo que te hace falta. No te la vayas a perder. Ni le vayas a hacer daño. Pensá que ya le falta una gamba.

                                                               buenos vientos y aguas mansas, nadador. Me voy caminando sobre el agua

                                                                                                        tu ex

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