Santiago
Santiago:
Te pido perdón.
Perdón.
Perdón por agarrarte la mano desde el principio, por llevarte unos chocolates cuando te sentiste enfermo, por prestarte la colección completa de películas de Miyazaki.
Te pido perdón por creer que estabas soltero, por haberme pensado trascendente, por haber confirmado que lo era.
Por no haberme querido acostar con vos cuando todavía vivías con ella.
Por haber esperado un tiempo considerable, por haber apurado mi mudanza solo para tirarnos en el suelo para que la luna nos diera completa en la cara.
Te pido perdón por haberte contado para que entiendas, por haberte contado la parte más triste de mi vida: los abusos, la edad que tenía, quién fue.
Por haberte pedido que no te quedes a dormir porque no estaba lista y me daba miedo, por hacer que te enojes por eso. Perdón.
Por mi manía de recordar detalles nimios y sin ningún sentido: un cepillo de dientes tirado, mi mirada amorosa a su Polaroid en la pared de tu casa, una esponja metálica, separar las fetas de queso de los tostados, la luz naranja en el balcón de mi casa.
Por lo rápido que pedía perdón. Perdón por pedirte tantas veces perdón.
Por no haberte dicho que mirar videos de cuerpos mutilados es sumamente perverso. Por haber tolerado que hablaras* mal de algunas de las obras que vos mismo publicás.
Perdoname por haberte abrazado esa tarde entre tanto llanto, por haber querido hacerte feliz, por tener que escucharte decirle loca, por tener que escucharte decirle gorda. No, no te ibas a sacar literalmente un peso de encima.
Igual, perdón.
Por haberte dicho que cogías bien porque pensé que eso también era amor.
Perdón por no haber podido meter a otro pibe en mi cama, por haber pensado en vos cuando murió mi amiga Sofía, por tener que hacer un esfuerzo para acordarme si andabas en bici, si usabas casco. Por soñar que llorabas conmigo su muerte. Por no saber obligar a nadie a hacer nada, por no haberte obligado a que vinieras* a darme un abrazo.
Perdón por las semanas que aguanté después de que desaparecieras, después de que te llevé tu regalo de cumpleaños, por las veces que me callé para no lastimarte, por haber respetado tus tiempos y desplantes, por haberte amado como amo, con la inocencia de un primer amor.
Perdón por gastar 1.000 pesos en terapia para hablar de vos, pero sobre todo para hablar de mí y de todo lo que pensé que había hecho mal. Te pido perdón por no haber frenado a mi psicóloga cuando me sugirió que te invitara a tomar un café para preguntarte si tu desaparición se debía a mi complejo caso de sensibilidad, consecuencia de mi abuso. Por escucharla decir “hay personas que no se la bancan” y no decir nada. Por escucharla decir que básicamente no podías querer a nadie y ponerme a llorar y no decir nada. Ojalá me perdones.
Perdón por haber decidido respetar ese largo mes de silencio, por haberte avalado cuando dijiste que vos te habías puesto en contacto conmigo, por sospechar que quizás habías conocido a alguien, por haber permitido que me dijeras que igual me querías. Por haber creído en vos más que vos, perdóname por perdonarte tan rápido. Por el beso. Perdón.
Por no haberte dicho que nadie tiene momentos egoístas, Santiago, que sos o no sos egoísta.
Perdón por haber recibido ese mail anónimo que amorosamente me informaba que estabas con otra persona. Perdón por abrirlo y tener que leer que esa persona era su amiga.
Te pido disculpas, además, porque después le escribí a tu ex para desearle lo mejor, por preocuparme por su salud, imaginándola ya muerta o destruida, descubriendo que no estaba al tanto de nada, de nada de lo que yo ya sabía. Perdón por no haberle contado. Perdón por esta puta costumbre de no poder evitar querer sentirme una buena persona.
Perdón por haber pensando venganzas tales como arrancar la última página de cada cuento del libro que me prestaste, por haber pensado en borrar la dedicatoria, por haberla escrito. Porque no sé si estoy despechada o si quiero venganza, o si las dos palabras significan lo mismo, porque me secan la concha los que se abusan de las buenas intenciones del resto. Porque soy valiente. Ojalá me perdones.
Por todas las cartas que nunca te escribí, por el poema hermoso que nunca vas a conocer y que cuenta lo hermosa persona que pensé que eras y que no existe. Por acordarme de vos solo después de que alguien hable sobre la fealdad o la decepción. Porque una amiga te llamó dementor y un amigo Charles Manson.
Por dudar de mí misma. Por dudar de dudar.
Te pido perdón.
Perdón porque voy a llorar tu muerte, no por vos sino por el tiempo perdido, por las caricias que te di injustamente. Te pido disculpas, de mil amores, por no haberme quedado llorando, por no haberme matado. Perdón por esta carta.
Por ser escritora.
Y por haberte dejado antes. Porque para terminar, Santiago, para terminar de verdad, primero todo se arranca desde adentro.
Correcciones
*En el audio, “Por haber tolerado que hables mal…”
*En el audio, “por no haberte obligado a que vengas a darme un abrazo”.
Bio
La carta la escribió Elizabeth Graviotto en 2018. Vive en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Es redactora, da clases de literatura y es la librera de @ladridebrolis. Pueden consultar el catálogo de la librería acá.