Verónica
Vero:
Hace poco anduve por la zona de tu casa. De donde era tu casa. La plaza estaba irreconocible, toda remodelada. No se salvó ni la arena. Pusieron unos asientos incomodísimos de cemento. Se llevaron hasta los adoquines. En realidad estaba muy linda, pero no me gustó nada. Cuando me di cuenta de dónde estaba me asusté de lo mucho que se puede vivir en una ciudad sin pasar dos veces por el mismo lugar. A lo mejor se deposita demasiada confianza en los planos, pero a quién se le ocurre que las cosas grandes, como una plaza, puedan cambiar tanto. Me jodió toda la semana. No es que me importara tanto la plaza, pero cuando pasan estas cosas siento que quedo en evidencia y me avergüenzo. Te explico: yo me había comprometido a la permanencia. No porque vos lo hubieras querido, nunca me pediste nada semejante. Solamente para llevarte la contra. O para parecerme a lo que pensé que pensabas de mí. Me imaginaba esos moluscos que se agarran a las piedras y colonizan la costa del río. Y se cubren de algas. Qué tenacidad, qué bichos aguerridos. Ahora me parece que fue por necio y nada más. Antes era más necio que ahora. O cobarde. De cualquier forma, bastante poco me duró el enojo. Descubrí que, entre mi terquedad y la costumbre, hay menos de diez cortes de pelo. Que a pesar de mí mismo dejé de frecuentar los cajones. Que nunca monté guardia en las paradas para que nadie las cambiara de lugar ni pintaran los bondis de otro color. Que tampoco me encadené a las rejas de las plazas y ahora sí que ya no queda un solo adoquín que se acuerde de vos. Lo único que puedo ofrecer es esta nostalgia, mustia por falta de riego, como testimonio de mi inconstancia. ¿Te acordás en qué momento dejamos de hablar? De hablar, no de intercambiar gacetillas. De hablar, no de extendernos cortesías. ¿Te acordás en qué momento se nos pasó el primer cumpleaños? Ahora cada vez que pienso en vos me acuerdo de que no te extraño como debería. Como me lo había propuesto. Que extrañarte es algo que se puede hacer mecánicamente, sin pensar, como atarse los cordones o girar la llave en la cerradura cuando llego a casa. O se me ocurre que ya no te extraño más y entonces me espanto de mi fracaso. Yo quería extrañarte: eras mi amiga. ¿Te acordás que nos queríamos? Soy inoportuno, te pido disculpas. Entiendo que no tengo derecho a irrumpir de esta manera en tus cosas. Pero nada de lo que sos de este lado me contesta cuando le hablo. Allá debés ser tan tangible y cotidiana como cualquiera. Imagino que harás, más o menos, todas las cosas pedestres que hago yo, como ir de compras o tener tos. Y que vos también me habrás extrañado, o querido extrañar. Y también sé que siempre estuviste varios pasos adelante de mí. Por eso te escribo. Para preguntarte cuándo te diste cuenta de que nos íbamos a volver irrelevantes. Y si para vos también, al final, el desamor fue más fácil de lo que pensabas.
Claudio
Bio
La carta la escribió Claudio en 2019. Vive en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y no quería que se supiera nada más de él.
Nota de las editoras
Durante la grabación de esta carta, descubrimos una rima involuntaria. Le escribimos a Claudio para modificar “Hace poco anduve por la plaza que está cerca de tu casa. De dónde era tu casa” por “Hace poco anduve por la zona de tu casa. De dónde era tu casa. La plaza estaba irreconocible”. Cuando salió la carta, le volvimos a escribir para preguntarle cuál era la plaza y nos contó que era la de Devoto. Fede dijo: “Dios la cambiaron un montón. Pobre Claudio”
Tengo también captura de mi primera respuesta a su carta y nuestra primera conversación al respecto:

